sábado, 1 de diciembre de 2012

Sociedad de sangre

  La única sociedad secreta, argulle un racionalista, es aquella de la que nunca tenemos noticias.

Desde que una
sociedad secreta es mencionada deja de ser secreta, ¿y qué mejores integrantes que los vampiros para engrosar una sociedad de la que nadie tiene conocimiento?

Eruditos paranoides argumentan que la mejor manera sostener una
sociedad secreta es hacer creer que sus integrantes son ficticios, literarios, tan reales como los elfos, las hadas o Jehová. Otros, acaso menos influidos por los desvaríos de Freud, elucubran que una sociedad secreta es impensable salvo que sus integrantes desconozcan su pertenencia a la sociedad.

A lo largo de la historia vemos muchísimos ejemplos de
sociedades secretas, cuyo secretismo se remite únicamente al nombre. Los vampiros, entes de probada discreción, también poseen su sociedad secreta, quizá la más aterradora que haya conocido el medioevo.

Walter Map
describió en detalle el asalto de un clan de hematófagos sajones en Inglaterra, atribuyéndoles al principio un origen vikingo y, por lo tanto, bárbaro. Tiempo después, historiadores menores hablaron de un oscuro pacto entre los señores del feudo de Herefordshire y los vampiros del norte, quienes habrían acordado pagar dos docenas de hombres y mujeres cada seis meses con el motivo de aplacar la sed desmesurada de los invasores.

Las condiciones del acuerdo fueron las siguientes:

  • Los vampiros se limitarían a alimentarse únicamente con las vituallas provistas por el feudo, léase: veinticuatro personas cada seis meses.
  • Los vampiros se comprometerían a no exceder su prole en más de cinco nuevos hematófagos cada seis años.
  • El feudo de Herefordshire no intentaría, bajo ningún pretexto, ingresar en los cubiles y casas seguras de los vampiros, ubicadas, según se dice, en Ledbury y Bromyard.
  • El acuerdo estaría sujeto a renegociaciones cada diez años.
Walter Map, hay que decirlo, nunca supo nada de este supuesto acuerdo, firmado bajo el tañido de las campanas de Malvern Hills por hombres que han mantenido sus nombres fuera de la historia.

Guillermo de Newburgh
, también conocido como William Parvus, declaró que, al margen de estos concilios, algunos ciudadanos ilustrados pensaron un modo de limitar las actividades de esta abominable sociedad secreta de vampiros.

Durante muchos años se creyó que la región de Hereforshire era naturalmente prolífica en manzanos, convirtiéndola en una fuente inagotable de sidras y otros derivados efervescentes.
William Parvus, en cambio, atribuye un origen menos inocente a esta abundancia frutal.

Siguiendo datos provistos por varios ciudadanos notables, Parvus dió con un monje griego al que llama Obdulio, quien le explicó que los manzanos funcionan como cerrojos para las
actividades vampíricas, tal como las rosas o los ríos, impidiendo el avance o retroceso de los vampiros en la región.

De este modo, la
sociedad secreta de los vampiros de Hereforshire quedó recluida en los límites marcados por los manzanos más antiguos, condena que finalizará, dicen, cuando caiga el último manzano bautizado, procedimiento habitual en esta clase de ritos de contención.

Mucho más cerca en el tiempo,
Russeau analizó la posibilidad de que aquellos vampiros llegados a Inglaterra montaron una historia falsa sobre su encarcelamiento, y que vivieron felices y abundancia vampirizando a los campesinos y hombres de buena fe bajo el pretexto de que el diezmo es, de hecho, ley divina.

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