sábado, 1 de diciembre de 2012

La mujer que vivió en la luna.

Con frecuencia, las apariencias externas engañan, tal como me asombró en el caso de aquella joven catatónica. Tenía dieciocho años y procedía de una familia culta. A los quince años fue seducida por su hermano y abusada por sus compañeros de escuela. A partir de los dieciséis años vivió aislada. Se ocultaba de los hombres y acabó terminó identificándose con un mastín. Se volvió cada vez más extraña y a los diecisiete años vino al frenopático, donde permaneció año y medio. Oía voces, rechazaba los alimentos y mudó la voz por completo (es decir, no habló más).

Cuando la vi por vez primera se encontraba en un estado catatónico. En el transcurso de varias semanas logré paulatinamente hacerla hablar. Después de superar una tenaz resistencia me contó que había vivido en la luna. Estaba estaba habitada, dijo, pero al principio sólo vio hombres. Éstos la habían llevado a una morada «sublunar» donde sus mujeres e hijos se hallaban encerradas. Sobre las montañas lunares habitaba un vampiro que raptaba y mataba a niños y mujeres, por lo cual la población selenita estaba amenazada de exterminio.

Tal era la razón de la existencia «sublunar» de la mitad femenina de la población.

Mi paciente decidió hacer algo por la población de la luna y se propuso matar al vampiro. Después de largos preparativos, esperó al vampiro sobre la azotea de una torre que se construyó con este fin. Al cabo de varias noches lo vio aproximarse volando desde lejos, como un gran pájaro negro. Tomó su largo cuchillo para el sacrificio, lo ocultó entre sus ropas y esperó su llegada.

Repentinamente apareció ante ella. Tenía varios pares de alas. Bajo éstas, su rostro y toda su figura quedaban ocultos, de modo que ella no podía ver más que sus plumas. Estaba extrañada y tuvo curiosidad. Decidió saber qué aspecto tenía. Se acercó, sosteniendo el cuchillo en la mano. Entonces el pájaro abrió sus alas y ante ella apareció un hombre divinamente hermoso. La estrechó entre sus brazos alados con un gancho de hierro que inutilizó el cuchillo.

Quedó tan encantada por la mirada del vampiro que no hubiera sido ya capaz de matarlo. La levantó del suelo y voló con ella.

Después de esta revelación pudo hablar sin impedimentos y volvieron a presentarse sus resistencias. Se había cerrado el camino de regreso a la luna, ya no podía marcharse de la tierra. Este mundo no es hermoso, en cambio la luna sí lo era y la vida allí estaba llena de atractivos. Más tarde tuvo una recaída. Deliró. Luego de dos meses fue dada de alta, se podía volver a hablar con ella y progresivamente fue viendo que la vida sobre la tierra es inevitable. Pero se resistió a aceptar la inevitabilidad de la vida y sus consecuencias, y tuvo que ser internada nuevamente.

Una vez la visité en su celda y le dije: «¡Todo esto no le servirá para nada, no puede ya regresar a la luna!» Me escuchó en silencio, indiferente.

Trabajó de enfermera en un sanatorio. Un médico asistente intentó acercarse a ella de modo poco amable, a lo cual ella respondió con un disparo de revólver. Por suerte sólo le ocasionó una leve herida. ¡Así pues se había procurado un revólver! Ya anteriormente había llevado consigo un revólver cargado que a última hora, al terminar el tratamiento, me entregó. Ante mi asombro, dijo: «¡Con él le hubiera matado a tiros si me hubiera usted faltado!»

Cuando se repuso de la excitación a causa del disparo regresó de nuevo a su país. Se casó, tuvo varios hijos y sobrevivió a dos guerras mundiales en el Este sin experimentar ninguna recaída...




Algunas consideraciones.
Criados en la árida planicie del racionalismo, nos cuesta aceptar, incluso definir, la realidad como un todo. Es real, pensamos, aquello que existe, que es. El resto es archivado en los vastos salones de la imaginación donde, así lo afirman los racionales, nada es real.

El mérito de Carl Jung, y del mito como función redentora, es aceptar que lo que sucede en la mente es tan real como los sucesos externos. De modo que todas las creaciones de la imaginación -y del mito-, incluso aquellas que repugnan a la razón, son prolijamente reales. Existen en un espacio indefinible, cambiante, pero allí están: ángeles, demonios o vampiros lunares, todas esas creaciones pueden ser mucho más reales, más concretas y aterradoras, que las visiones diáfanas de lo cotidiano.

Para finalizar nos quedamos con un comentario de Marie-Louise von Franz, quien explica mucho mejor que nosotros esta idea evanescente.




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