lunes, 28 de mayo de 2012

La casa de Fidel un caso de Jose Rámon Sáenz

Una noche me llamó doña Paty y me platicó que su marido había heredado una propiedad ubicada en una antigua colonia de la ciudad de México. Y dijo que en vano trataban de remozarla, porque a los albañiles contratados los espantaban y no duraban trabajando ni dos días seguidos. Seguramente recuerda esta historia, la vivimos juntos.
Doña Paty y su marido, incrédulos, decidieron pasar una noche en el inmueble, pero esta fue la más terrible experiencia de sus vidas. Desde que entraron a la casa tuvieron la extraña sensación de que eran observados y sintieron miedo, acompañado de un frío especial, pero ellos, al fin escépticos, no dieron mayor importancia a estos hechos. Las horas pasaban y sus ojos permanecían abiertos. Después de dar varias vueltas en la cama sin conciliar el sueño, justo a las dos y media de la mañana el frío se agudizó y en ese momento una horrible sombra de dos metros se manifestó frente a ellos, a la vez que escuchaban un desgarrador alarido. Era un ser diabólico que se abalanzó sobre el marido de doña Paty y lo inmovilizó de inmediato. La señora saltó de la cama aterrorizada pidiendo auxilio y tenebrosamente los muebles y objetos del cuarto empezaron a vibrar como si tuvieran vida propia. Con un esfuerzo desesperado el señor logró liberarse del extraño ente y la pareja salió despavorida a la calle, él en calzoncillos y ella con su delgada bata, de modo que dejaron su ropa, otras pertenencias y sobre todo las llaves del auto estacionado en la calle.
Más tarde, sin comprender lo que había pasado y aún sin recuperarse del susto, en forma desesperada pidieron ayuda a una patrulla de policía que pasó por el lugar. Los policías no creyeron lo que el matrimonio contaba y por la forma en que los encontraron pensaron que la pareja estaba alcoholizada o drogada, así que llamaron refuerzos. Enseguida llegaron dos patrullas más y después de hacer preguntas y más preguntas propusieron a los propietarios entrar a la casa, ya que estaban seguros de que se trataba de delincuentes que habían espantado al matrimonio para ahuyentarlo y robarle. Más tarde seis policías entraron tras forzar la puerta y el matrimonio quedó a resguardo en una patrulla. Transcurrieron cuatro o cinco minutos y se escucharon tres balazos dentro de la casa. En medio de gritos y desconcierto los gendarmes salieron corriendo alarmados, pálidos y con caras de angustia, hasta parecía que habían visto al mismísimo pingo. Uno de ellos se resbaló en la puerta, se golpeó la cabeza y sufrió una herida a lo que no dio importancia, se levantó y rápidamente entró a su patrulla. Sólo Dios y los policías saben que vieron dentro de la casa. El jefe se dirigió al matrimonio. “Quién sabe que tiene esta casa —dijo—, si gustan los llevamos a un hotel o a otro lugar, pero no volveremos a entrar”.
Como el matrimonio no tenía otro lugar propio adonde ir en esta ciudad, pues residían en Aguascalientes, llegaron al departamento de la hermana de doña Paty y, agitados, le narraron lo sucedido, cosa que la hermana no creyó. El marido de doña Paty juró que no volvería a entrar a esa casa y se limitó a enviar por sus pertenencias y las de su esposa al otro día. Después, la señora se comunicó conmigo para que le ayudara a encontrar una explicación lógica de lo ocurrido. Días más tarde la cité en mi oficina y me platicó la sorprendente historia de la misteriosa casona de la colonia Roma.
Era una casa antigua, de 120 años de edad, que en los años setenta del siglo xx era habitada por Fidel y sus abuelos, pues los padres del muchacho habían fallecido años atrás. Fidel era un joven rebelde que cursaba el segundo año de vocacional y por entonces se había convertido en un vago y se iniciaba como consumidor de drogas. Los abuelos habían perdido casi toda autoridad sobre él, así que Fidel hacía lo que quería, pero las circunstancias empeoraron en la medida en que los abuelos iban enfermando a causa de la vejez y de que el joven empezó a practicar ritos diabólicos con unos muchachos que conoció en su escuela y que pertenecían a una secta.
Fidel y sus amigos, primero todos los viernes y al final todas las noches, realizaban ritos en el sótano de la vieja casona, celebraciones que mezclaban con el consumo de drogas y alcohol, así como orgías acompañadas de gran escándalo, sin importarles las molestias que causaban a los dos ancianos, quienes se encerraban en su recámara temerosos de que el nieto o alguno de sus amigos les hiciera daño.
Pero lo peor estaba a punto de ocurrir. Cuentan los vecinos que, en esos tiempos, durante tres o cuatro días no supieron de los viejos ni de Fidel. Era extraño, pues el abuelo salía todas las mañanas a barrer su banqueta, si bien a la abuela se le veía poco porque padecía una lesión en la columna que no la dejaba caminar. Los ancianos contaban con la estimación de sus vecinos, los cuales se desconcertaron al no saber nada de ellos.
Al cabo de una semana de la casa empezó a emanar un pestilente olor a podrido, insoportable para quien pasaba por el lugar. Algunos vecinos, alarmados y preocupados por los ancianos y su nieto, se dirigieron a las autoridades y lograron que los agentes policíacos entraran a la casa forzando las cerraduras.
Al abrir la puerta el olor a muerte se acrecentó, lo que obligó a los agentes y vecinos a protegerse la nariz con pañuelos para resistir la repugnante pestilencia. Alicia, la dueña de la tienda de enfrente, comenzó a llamar a los ancianos y al nieto por sus nombres, a gritos, y no obtuvo respuesta. Llenos de incertidumbre, los agentes, Alicia y algunos vecinos subieron al primer nivel, donde se encontraban los dormitorios, y descubrieron que la recámara de los abuelos estaba abierta. Grande fue la sorpresa al hallar una escena terrible, macabra: los cuerpos sin vida de los ancianos yacían sobre una vieja cama matrimonial, desnudos y en medio de un manchón de sangre seca. Por si fuera poco, cada uno tenía clavada una estaca de madera a la altura del corazón, y ambos se encontraban en evidente estado de descomposición, hinchados, amoratados, con los ojos abiertos y una expresión de terror que estremeció a los presentes.
Alicia no pudo soportarlo. Exclamó “¡Dios mío!”, cayó desmayada y tuvieron que sacarla del lugar. Pero no terminó aquí el episodio. Policías y vecinos continuaron el recorrido por la casona y al llegar al baño, al final de un pasillo, nuevamente el terror hizo presa de ellos, cuando encontraron a Fidel desnudo, colgado de una lámpara con una cadena metálica, y en el piso un recado que decía:
“Señor, perdóname, pero no podía dejar a mis abuelos con este sufrimiento”, y mostraba unos extraños símbolos. La noticia de tan horripilantes y misteriosas muertes corrió como pólvora por toda la colonia y más tarde por todo el país. Fue una de las notas importantes de los periódicos y noticieros de aquellos años. La vieja casona de Fidel fue clausurada por las autoridades y abandonada más de una década, hasta que a mediados de los años ochenta doña Paty y su marido ganaron un juicio intestamentario y fueron designados por el juez herederos de la propiedad. Pero al paso del tiempo se convencieron de que se trataba de una casa maldita.
La visita a la casona.
Era una situación incomprensible para doña Paty y su marido. Aunque la historia era increíble, la angustia y desesperación de la señora me habían conmovido. Así que con mis productores Gina e Ignacio acordamos que en tres días visitaríamos la casa en compañía de los para-sicólogos que en ese tiempo nos asistían y haríamos una transmisión en vivo de lo que allí ocurriera.
El día llegó y, como es costumbre cuando hago este tipo de visitas, me protegí con ayuno y unas oraciones que años atrás me había entregado un amigo que es ministro de la iglesia católica.
A las nueve y media de la noche llegamos un chofer, un fotógrafo y yo a bordo de una camioneta de la empresa radiofónica. En el lugar se encontraban doña Paty, el doctor y el profesor, nuestros asesores en parasicología, en una noche con una enorme luna llena, sobre un cielo despejado. En el ambiente se dejaba sentir, más que preocupación, un ligero miedo por los horripilantes hechos que habían ocurrido en el interior de esa vieja casa.
La dueña de la casa nos advirtió que no entraría con nosotros, y en el momento en que nos abrió la puerta ya estaba lista la comunicación con la emisora a través de teléfonos celulares.
Todo estaba preparado para lo que sería la primera transmisión de radio en vivo desde una auténtica casa embrujada. En la cabina mi amigo Modesto, quien me suplió en la conducción de ese programa, se mostraba intrigado por lo que pasaría en las próximas horas. Realizar una trasmisión con esas características no era tarea fácil, ya que nadie sabe cómo responder ante un susto del más allá.
Iniciamos nuestro recorrido. Primero encontramos un gran recibidor que en el fondo dejaba ver algunos muebles que algún día habían servido en la sala y el comedor. Antes manipulamos los interruptores que nos indicó doña Paty, pero la luz no era suficiente, ya que algunos focos estaban fundidos. En el centro del lugar colgaba del techo un hermoso candil y la parte central del piso estaba cubierta por un tapete que parecía muy antiguo y muy caro. El ambiente se había tornado tenso, pesado. El profesor se separó del grupo y comenzó a subir una escalera que conducía al primer nivel. Inesperadamente un alarido aterrador nos quitó la respiración y le indiqué al profesor que se reintegrara al grupo.
No sabía qué pensar. Había vivido varias experiencias sobrenaturales, pero en este caso en especial dentro de mí se alojaba el extraño presentimiento de que alguien muy malo y poderoso nos esperaba. En ese momento cruzaron mi mente varias ideas encontradas y llegué a pensar que todo era una broma de mal gusto tramada con el propósito de burlarse de nosotros y del programa. Y en ese instante preciso, ante nuestros ojos un jarrón se deslizó unos 20 centímetros sobre un mueble, sin que aparentemente nadie lo moviera. El ambiente se tensó aún más, mientras el termómetro del doctor, quien se hallaba a mi lado, señaló que intempestivamente la temperatura había bajado de 18 a 10 grados centígrados. Quise accionar mi cámara para captar los hechos, pero el artefacto no respondió.
No me quería quedar con la duda, así que me acerqué al jarrón y observé que su movimiento había dejado marcada la trayectoria en el polvo que cubría la vitrina de caoba sobre la cual estaba colocado. Y para mi sorpresa no existían hilos o algún mecanismo que lo movieran. Para no entrar en estado de sugestión, pensé mejor que había visto mal y todo era producto de mis nervios.
El profesor portaba un medidor de campos electromagnéticos que nos indicaba actividad energética. Al orientarlo, nos llevó al viejo tapete que había en la entrada. El doctor lo levantó por una esquina y nos sorprendió ver una estrella de cinco puntas con signos raros. Sacaron una brújula y por la posición nos dimos cuenta de que este símbolo era de oscuridad, lo cual parecía indicar que allí se realizaron algún día misas negras y otros ritos demoníacos.
El frío y un extraño olor a humedad, a podrido, eran muy presentes en la casa. Después de que los parasicólo-gos realizaron algunas anotaciones y observaron los símbolos que contenía la estrella que estaba bajo la alfombra, decidimos subir al primer nivel, donde se encontraban los dormitorios. Lo hicimos en penumbras, pasando sobre la alfombra café con dibujos que a cada paso despedía polvo, pues mucho tiempo estuvo abandonada.
La temperatura bajaba significativamente. Caminamos con cautela por un largo pasillo y encontramos la recámara de los abuelos. Intenté encender la luz, pero el foco estaba fundido. Sólo alcanzábamos a observar el interior gracias a la luz del pasillo, que se filtraba por una de las ventanas. Vimos una vieja cama matrimonial de latón, la cual sólo tenía un colchón azul con rayas blancas y unas grandes manchas negruzcas. Al iluminar las manchas con una pequeña lámpara, nos dimos cuenta de que era sangre seca. El panorama era muy tenebroso y, para más, se escuchaba en una de las paredes cierto golpeteo que adjudiqué a la casa contigua.
Al recordar que precisamente en esa cama habían sido asesinados brutalmente dos ancianos, se me pusieron los pelos de punta. En el muro de la derecha se encontraba un gran clóset de madera, dividido en dos partes. Justamente cuando el doctor lo abría, la puerta se cerró azotándose. Primero pensé que el profesor la había azotado, pues se encontraba cerca de ella, pero me extrañó que dijera:
—¡Esa puerta se cerró sola!
La preocupación y el miedo se apoderaron de mí. Existía la posibilidad de que alguien ajeno a nosotros la hubiera cerrado y estuviera detrás jalándola, por lo que me asomé por la ventana que daba al pasillo para, según yo, descubrir a ese alguien. Mientras, el profesor intentaba desesperadamente abrir la puerta. Gran sorpresa me llevé al cerciorarme de que nadie se encontraba del otro lado de la puerta. Sólo Dios sabía quién la estaba cerrando.
Inmediatamente nos acercamos el doctor y yo para ayudar al profesor a jalar la puerta y abrirla. Después de varios intentos al fin lo logramos. Traté de aplicar la lógica y me dio por creer que en un descuido el profesor la había empujado y al cerrarse, tratándose de una puerta muy vieja, el cerrojo se había corrido quedando trabado. No le dimos mayor importancia al asunto y salimos de la habitación en un silencio que significaba desconcierto por lo que hasta ese momento habíamos experimentado. Entramos a lo que fue la recámara de Fidel. En ese lugar sentí un escalofrío y en seguida un vacío en el estómago, que me produjo muchas ganas de vomitar. Siempre que siento algo así, rezo mentalmente, en este caso porque sabía que se trataba de signos inequívocos de que algo muy malo se encontraba custodiando el lugar.
Aquí la luz iluminaba más que en la otra habitación. Aunque el foco del cuarto tampoco servía, una de las bombillas del pasillo se encontraba más cerca. Observamos una cama individual con un colchón sin cobijas. Había más desorden que en la recámara anterior; polvo, basura y un olor a podrido más intenso, que comenzaba a escocer nuestras gargantas.
Me encontraba aproximadamente a un metro de la cama y de pronto empezamos a escuchar algo así como arañazos dentro de un ropero que se encontraba semiabierto. La temperatura comenzó a descender aún más y llegó a los cinco grados según el termómetro del doctor. En verdad, era un lugar que daba miedo y asco. Luego notamos unos ruidos debajo de la cama, primero débiles, pero en pocos minutos subieron de volumen. Nos llevamos una gran impresión cuando increíblemente la cama comenzó a brincar. Sobresaltado, grité: —¡La cama! ¡La cama se está moviendo! Impactado por lo que veía fui retrocediendo lentamente y llegué a uno de los muros. Sentí una ráfaga de aire frío sobre la cara y al darme vuelta me encontré con una horrible cara de diablo pintada con sangre en la pared. Me llevé uno de los sustos más grandes de mi vida.
Los parasicólogos y yo formamos un círculo y empezamos a orar en latín, pero la cama no cesaba de moverse de arriba abajo, como si estuviera bailando, y la intensidad de las pocas luces del pasillo comenzó a bajar, a subir. Era una de mis primeras intervenciones en un lugar con tanta actividad sobrenatural. Al ver todo esto mi corazón empezó a latir a toda prisa, mi respiración era agitada. Estaba a punto de entrar en pánico y por fin la cama empezó a detenerse. Los parasicólogos me dijeron que siguiera orando y que no debíamos separarnos.
Es fácil relatar lo que vivimos en esa casa maldita, pero estar dentro se me hizo eterno. Ya más calmado quise hallarle una explicación lógica a lo que pasaba. Por un momento creí que alguien se encontraba debajo de la cama y la movía. Cautelosamente me acerqué para investigar y no había nadie. Entonces, como segunda opción, pensé que había un mecanismo, tal vez unos alambres que hicieran que la cama se moviera, pero tampoco hallé nada. Finalmente quedé convencido de que el ser o los seres que se encontraban en aquella habitación poseían gran poder.
Pensé en salir de la casa, pero me aterraba el hecho de atravesar solo el pasillo y la sala en penumbras. Elegí quedarme y le dije al doctor que mejor saliéramos, pero me respondió que forzosamente debíamos terminar lo que habíamos iniciado. Agregó que pensara en la protección de Dios y no me preocupara. Descubrimos que debajo de la siniestra cama había también un dibujo de una estrella de cinco puntas con símbolos y escritos en arameo. Los parasicólogos dijeron que eran invocaciones satánicas y decidimos dejar la cama en su lugar. El doctor se dirigió al ropero y encontró un libro de magia negra. En ese preciso instante una sombra de unos dos metros comenzó a manifestarse y salió del ropero. Era como un gran cuerpo de humo negro que se desplazó lentamente hacía el muro contiguo y desapareció. Luego surgieron tres esferas luminosas que, flotando ante nuestras atónitas miradas, se desvanecieron.
Nunca había visto algo parecido y, por más que me esforcé en no mostrar terror ante lo que se nos presentaba, el público que escuchaba en vivo la transmisión de radio puede dar fe de lo que sentía yo en ese momento. Oramos hasta que el frío y el olor pestilente casi desaparecieron. Entonces bajamos. Me sentía muy mal, con ganas de vomitar, un intenso dolor de cabeza y muy mareado, por lo que los parasicólogos accedieron a que abandonáramos la casa.
Al salir el doctor me revisó y me dijo que mi presión arterial estaba baja y era conveniente que me fuera al hospital. Todo me daba vueltas y creí que me iba a desmayar. El doctor llamó por teléfono a sus compañeros de un hospital cercano y me internaron y salí al día siguiente. El doctor y el profesor se quedaron una hora más y descubrieron que el sótano de la casa era el lugar de reunión, donde algún día se celebraron misas negras que a la larga fueron la causa de tanta tragedia y hechos sobrenaturales. Hubo siete sesiones más y hoy la casa sigue teniendo manifestaciones extrañas, aunque de nivel bajo. Lo último que supe de la casona de Fidel fue que una señora, al escuchar en La Mano Peluda lo que allí ocurría, inició los trámites para comprarla. ¿Usted se imagina con qué fin? Bueno, en gustos se rompen géneros, ¿no creen? 


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