lunes, 28 de mayo de 2012

El anciano de Thiess

Un caso real; acusado de actos dañinos y licantropía, un campesino reveló el propósito secreto de los hombres lobo.
Los juicios a brujas son cosa común, no se requiere demasiado esfuerzo para encontrar la transcripción de alguno en las páginas de los libros consagrados al tema. Sin embargo un juicio a un hombre lobo es un hallazgo raro.
Claude Lecouteux (filólogo, medievalista y autor) en sus pesquisas dio con semejante manuscrito. Lo consigna en el libro Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media: Historia del doble.
El caso, que es del todo verídico, sucedió en 1691 en lo que es la actual Letonia.


Al parecer el tabernero de cierto pueblo, quizá por motivos personales, resolvió acusar de licantropía a un tal Thiess.
El anciano campesino fue llamado a Corte para ser juzgado bajo el cargo de “Licantropía y otros actos dañinos”.

El hombre lobo

Ante la pregunta del Honorable Beng Johan Ackerstaff, juez del caso, Thiess reconoció que en efecto era un hombre lobo, aunque añadió como atenuante que hacía ya diez años que no llevaba a cabo una transformación.
El juez, al parecer tan intrigado como sorprendido, inició un cuestionamiento que si bien atañía al caso concreto de robo y asesinato de animales de granja, buscaba en primera instancia desentrañar todos los detalles sobre la licantropía sufrida por Thiess.

De forma cándida el campesino respondió a todas las preguntas esforzándose por hacer que Honorable juez entendiera que los hombres lobo no eran personas malas sino todo lo contrario.

La bebida de los lobos

El don, explicó, se adquiría cuando otro hombre lobo brindaba a la salud de uno y soplaba tres veces sobre la jarra diciendo “Que lo que me ha pasado a mi te pase a ti”, si uno bebía entonces de aquella jarra adquiría la capacidad de transformarse y a la vez liberaba del don a su antecesor.
La liberación, dio a entender Thiess, era en efecto muy deseada porque los hombres lobo debían cumplir con una labor terrible. De ellos dependía la fertilidad de los campos y para conseguirla les era necesario viajar al mismo Infierno.

Los hombres lobo y el Infierno

Cuando el Honorable juez preguntó dónde estaba el Infierno el campesino respondió con precisión: “…el Infierno está del otro lado del lago llamado Puer Esser, en el pantano bajo Limburg, aproximadamente a media milla de Kilingenberg, en el dominio de un caballero que sirve como sustituto del presidente.”
La única forma de acceder a él era transformándose en lobos, lo cual lograban al colocarse encima la piel de dicha fiera.
Entonces podían correr a gran velocidad, y si bien era cierto que de vez en cuando robaban algún animal o niño para comer, el acto se justificaba tanto por la nobleza de su causa como por los enormes trayectos que imponía cruzar.
Ir al Infierno no sólo era agotador sino terriblemente peligroso. El diablo detestaba a los hombres lobo y tenía guardias y perros que de alcanzarlos les provocaban heridas graves.

La buena cosecha y el hombre lobo

Con todo el riesgo era inevitable. El diablo, explicó Thiess, tenía hechiceros que trabajaban para él. Aquellos hechiceros año tras año robaban los granos de la cosecha y se llevaban consigo la fertilidad de la tierra.
Los hombres lobo se veían obligados a reunirse al menos tres veces al año para emprender la hazaña; en la noche de Pentecostés, en la de San Juan y en la de Santa Lucía.
Todo lo que hacen los hombres lobo es por el bien del hombre…los hombres lobo rusos vinieron antes (al Infierno) el año pasado y se llevaron la fertilidad a su país. Por eso ellos tuvieron buena cosecha y en el país no.”
Cuando el juez, cada vez más intrigado, quiso saber si había mujeres en las manadas, Thiess respondió que sí. Las muchachas sin embargo no eran aceptadas porque corrían el riesgo de convertirse en dracs (gente pequeña que vive bajo la tierra en los países eslavos).

El pecado de la transformación

¿Qué pasa con los hombres lobo cuando mueren?”, quiso saber el Honorable juez, “Son enterrados como cualquier otro hombre y sus almas van al cielo. El diablo se queda con las almas de los hechiceros.”, respondió Thiess.
Pero para el juez aquella afirmación resultó una evidente falacia dado que Thiess no acudía a la iglesia ni había tomado la comunión.
¿Por qué no habría Dios de aceptar mi alma si no voy a la iglesia y no tomo la comunión? En mi juventud nadie me enseñó nada de esto. Yo no hago daño a nadie.”, respondió el campesino.
El juez le explicó que el transformar en lobo su cuerpo, hecho a imagen y semejanza de Dios, era pecaminoso, tanto como el no haber sido bautizado, el no ir a misa y el no tomar la comunión.
Ante semejante argumento Thiess finalmente se sintió intimidado, “Parece que ahora que soy viejo tengo que aprender.”, declaró aceptando la lógica cristiana que se le imponía.

Heredar la licantropía

Como usted es viejo y sin medios debe pensar en la muerte todos los días: ¿quiere morir siendo un hombre lobo?”, preguntó el Honorable juez. “No, antes de mi muerte pasaré el hechizo a alguien más, si puedo.”, respondió el campesino y añadió que había varias personas que ya le habían solicitado su don, pero se negó a dar nombres.
Cerca de acabar el juicio, el juez, aún sediento de información, volvió sobre el tema anterior y preguntó qué era lo que se hacía una vez recuperadas las semillas y frutos robados al diablo.

La bendición de la fertilidad

Lo lanzábamos al aire y la bendición (suerte, fertilidad) volvía a la tierra igualmente para los ricos y para los pobres.”, respondió el campesino.
La transcripción del juicio llega aquí a su final, sólo se añade lo siguiente: “Acerca de esto se le explicaron algunas cosas y fue persuadido (Thiess) de que todo eran ilusiones y trucos diabólicos.”
El campesino fue corregido con una severa instrucción religiosa y sin ningún castigo físico. Podría pensarse que, cuando menos en términos legales, ser un hombre lobo era menos riesgoso que ser una bruja.




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