jueves, 29 de marzo de 2012

Leyendas Vampiricas


Algol, la estrella de los vampiros.

Que seres noctámbulos como los vampiros tengan su estrella no sorprende, pero que ésta tenga su raíz en la mitología griega, y aún en las vastas ensoñaciones de los pueblos del desierto, resulta, quizá, bastante más impresionante.

La estrella de los vampiros se llama Algol -estrellas, en realidad-, y su pertenencia a la estirpe hematófaga nada tiene que ver con un siniestro culto astronómico o una deificación estelar de las oscuras potencias de la noche. Algol es la estrella de los vampiros debido a su existencia inquieta, poco propensa al sedentarismo.

Diccionarios astronómicos aseguran que Algol significa: Estrella endemoniada, epíteto que proviene de las variaciones lumínicas que se producen cada dos días, veinte horas y cuarenta y nueve minutos. Naturalmente, semejante incapacidad para el aplomo la asoció con lo demoníaco, aquello que pervierte el orden natural, aún cuando este se encuentre en lo profundo de la bóveda nocturna.

Lo cierto es que Algol es una desnaturalización del nombre árabe Ras al-ghoul -apellido, además, de un enemigo inefable de Batman-, que significa Cabeza del demonio. Pues bien, la palabra Gul, o Ghoul, para ser más precisos, denomina a una especie de vampiros del folklore árabe, los Ghouls, seres necrófagos y escandalosos que vagan por los cementerios en busca de huesos y otras vituallas menos honrosas.

En un período en el que se pensaba que el cielo era inmutable, Algol fue visto como un elemento perturbador de la noche, una especie de faro para las criaturas sobrenaturales de la tierra. Los vampiros, casi inevitablemente, terminaron siendo sus mayores depositarios.

Ahora bien, los griegos, mucho antes de que los árabes den forma a sus mitos sobre vampiros, asociaron a Algol con la Gorgona Medusa, vencida por Perseo mediante una estratagema ideada por Atenea. En otras palabras, Algol siempre fue asociada a lo antinatural, a lo que excede la comprensión y las leyes físicas, aún cuando estas procedan del mito, cuyas bases son, y serán, nétamente psicológicas y antropológicas.

Algol también está asociada a la literatura vampírica. Eruditos ociosos han afirmado -afirmación que someto al juicio del lector- que varios relatos y novelas de vampiros tejen su trama alrededor del complejo movimiento de esta irreverente binaria eclipsante. Carmilla, de Sheridan Le Fanu, por ejemplo, parece organizar sus ataques con las fluctuaciones de Algol, lo mismo que el celebérrimo Drácula, de Bram Stoker, quien se mueve por las calles de Londres sólo cuando los movimientos de Algol le son propicios.

Ya en terreno telúrico, creemos haber visto el parpadeo de Algol en alguna meseta soñolienta del norte, atisbo inquietante, por cierto, que las elucubraciones matemáticas de los astrónomos jamás podrán banalizar con sus ecuaciones.

Alp, un elfo vampiro.

Alp (Alp) es una raza de vampiros de Alemania, proveniente del pasado más remoto del folklore pre-ario.

El Alp no posee una forma definida, mejor dicho, posee muchas, tan cambiantes y fantásticas que muchos lo confunden con otras criaturas de las leyendas nórdicas. Originalmente, Alp significaba Elfo, aunque de un modo despectivo, haciendo mención a los Elfos Oscuros de la mitología. Los únicos detalles que se continúan a lo largo de los siglos son: el Alp siempre utiliza un sombrero blanco, y cada cinco minutos sufre un fuerte ataque de tos, durante el cual escupe polillas y mariposas nocturnas.

Generalmente, los Alp son masculinos, o se muestran como masculinos. Pueden asumir la forma de cualquier animal, aunque prefieren mostrarse como pájaros, gatos, perros, cerdos y serpientes. Poseen una fuerza física notable, incluso pueden volverse invisibles a placer.

Durante muchos años se asoció a los Alps con los demonios, de hecho, se lo incluyó en varios tratados demonológicos. Pero lo cierto es que, por definición, un demonio jamás ha sido humano, y el Alp si.

Las primeras narraciones sobre este vampiro aseguran que su retorno se produce cuando un niño muere luego del parto. Tal vez por eso los Alp adoran acechar a las mujeres, por las que sienten un vivo rencor y un deseo igualmente intenso.

Una vez que han seleccionado a su víctima, casi siempre sus propias madres, los Alp se deslizan como una nube diminuta y furtiva, justo en el momento de mayor debilidad: el sueño. Luego se sientan sobre el pecho de la desdichada, y mediante una operación labial aspiran todo el aire de sus pulmones, impidiendo que inhalen con regularidad. De este modo llevan a las mujeres a un estado de inconsciencia, durante el cual se alimentan de sangre o leche, si la dama en cuestión puede proveérsela.

Al mismo tiempo, los Alp introducen abominables pesadillas eróticas durante el proceso de succión. En la edad media hubo casos detallados -por monjas infidentes- en los que se asegura que muchas mujeres despiertan en pleno ataque, completamente imposibilitadas de gritar debido a la presión que ejercen estos vampiros sobre los pulmones.

Henry Fuseli ha pintado un cuadro magnífico llamado Pesadilla (Nighmare) donde se retrata el ataque de un Alp sentado sobre una mujer durmiendo, y rodeado por las visiones infernales que proyecta sobre ella (ver arriba).

Cuando el ataque posee tintes eróticos, es decir, sueños eróticos impuestos, es llamado Alpdrücke (presión de elfo), y cuando el erotismo está prolijamente ausente es llamado Albtraum (sueño de elfo), es decir, Pesadilla.

Jacob Grimm, un verdadero especialista en este Íncubo, anota que si la mujer atacada menciona la palabra Alp, éste se convierte en un amante gentil, incluso generoso, y deja de lado sus necesidades de sangre en pos del placer femenino; detalle que fue prudentemente eliminado de los tratados demonológicos del romanticismo, ya que el reencuentro incestuoso de una madre con su bebé es, francamente, demasiado para la psiquis consciente.

Los animales, en cambio, tienen menos suerte cuando son atacados. El Alp normalmente tritura la cabeza de gatos, conejos, incluso caballos, y luego pasa a alimentarse de sangre y materia gris.

Algunos sostienen que el verdadero alimento de los Alps son los sueños, más concretamente, las pesadillas. Leyendas de la región de Colonia aseguran que los Alps dejan su sombra en el pecho de la durmiente, y se introducen a través de las fosas nasales como un gusano alargado y pálido, con la intención de administrar desde el interior la textura, el volumen y la intensidad de las pesadillas.

Los Alps son insólitamente fieles con sus amadas, a quienes visitan aún debiendo atravesar grandes distancias, y no las abandonan hasta que éstas mueren, o bien logran ahuyentarlos mediante los siguientes procedimientos.

El más difícil: robarle el sombrero. Sin el los Alps pierden todos sus poderes, y se convierten en solícitos esclavos domésticos. De hecho, se sabe al menos de un caso en la Germania en la que una monja conservó a un Alp durante cincuenta años, obligándolo a toda clase de labores indignantes, entre ellas, higienizar a la piadosa hermana. Jacobo Grimm se burla de esta tradición, señalando que una monja esclavizando a un vampiro es menos impresionante que imaginarla pariendo a su futuro sirviente.

Dejando de lado las recopilaciones de Grimm, jugosas, por cierto, más coloridas que útiles para comprender las implicaciones del mito, los Alp provienen de la situación más traumática que puede vivir una mujer: la muerte de un hijo. Los Alp son un reflejo de este horror, sus necesidades lácteas lo confirman en una de las imágenes más horrorosas que nos ofrece la mitología nórdica: el cadáver de un infante, deforme y contrahecho, vistiendo un absurdo sombrero blanco, igual al de los recién nacidos bajo la égida de Wodan, arrastrándose como un insecto descomunal para beber la leche del seno materno.

En la región teutona de Kiel, se explica mediante los Alp el hecho de que algunas mujeres sigan produciendo leche luego de la muerte de su hijo; y aún más, en una balada espeluznante sobre la Tarnkappe, una madre infortunada alaba las visitas del Alp, último despojo del alma de su hijo, cuyas visitas vampíricas son el único consuelo que le queda.

Fear Liath.
El vampiro gris de Escocia.

Fear Liath, también conocido como: El gran hombre gris de Ben Macdhui (The Big Grey Man of Ben MacDhui), o más sencillamente, El hombre gris (The Greyman), es un extraño vampiro de las tierras escocesas, cuya reputación ha sobrevivido durante siglos, en gran parte, intacta.

Este vampiro acecha en los pasos de Ben Macdui, el pico más alto de Cairngorms, el segundo en altura de todas las islas británicas. Montañistas de todas partes del mundo han dado cuenta de sus apariciones, aunque de hecho éstas hayan sido registradas antes de la edad media por los intrépidos monjes irlandeses que exploraron la región.

Fear Liath es descrito como una criatura de proporciones descomunales, de alrededor de cuatro metros de altura, rostro cadavérico (aunque benévolo, señalan los monjes) y voz cavernosa, honda como los ignotos valles de las tierras altas.

Pseudocientíficos modernos -léase: criptozoólogos- han intentado vincular a Fear Liath con el abominable hombre de las nieves, incluso con el Yeti, con el inconveniente de que tanto el Yeti como el abominable hombre de las nieves se resisten tozudamente a cualquier clase de entrevista.

Pero la leyenda de Fear Liath precede a la ciencia moderna. La edad media conoció sus apariciones y la documentó en baladas y canciones rústicas. En ellas se menciona a un desdichado Tuatha de Dannan (raza sobrenatural y perfecta, similar a los elfos de J.R.R. Tolkien) quien abandonó a sus hermanos por el amor de una mujer mortal.

Según apunta el mito, Fear Liath se enamoró de Oriana, una hermosa doncella virgen que le retribuyó su amor con una promesa.

La encontró vagando por los valles, delicada como las hadas, y se acercó a ella con paso furtivo. Temiendo ser rechazado debido a sus dimensiones, Fear Liath le habló escondido detrás de una roca. Al interrogarlo sobre su nombre, él contestó:


Yo soy el gran Hombre Gris.



Pronto acordaron encontrarse a la medianoche en la cumbre de Ben Macdui y luego huir juntos hacia las tierra bajas y tomar el Camino del Cisne hacia la Isla de los Bienaventurados, donde ambos serían eternamente jóvenes. Oriana partió en secreto pero fue interceptada involuntariamente por la flecha de un cazador, que se retiró de la escena del accidente sin ofrecerle ayuda.

Oriana se desangró durante toda la noche, llamando en vano a su amado que la esperaba en la cima del monte.

Apesadumbrado, Fear Liath descendió con las primeras luces del alba, convencido de que su amada se había arrepentido de la promesa. La encontró agonizando, con el tiempo suficiente para que le narre su desdicha.

Oriana murió, y Fear Liath se convirtió en un exiliado de su raza. Desde entonces acecha a los hombres en los pasos montañosos alimentándose de sangre, tomando la precaución de no drenarlos completamente para así observar como la vida huye de sus cuerpos. Su presencia se reconoce en el viento como una voz gélida, inhumana, cuyas vibraciones oprimen el corazón de los caminantes.

Existe una sóla forma de evitar el ataque de Fear Liath: escuchar su historia. Se dice que si alguien observa su forma gigantesca en los pasos helados, y le solicita amablemente que le narre el recuento de sus desdichas, Fear Liath se sentará junto al fuego y repetirá, incansable, la terrible historia de su amor perdido.

Pero quien olvida escuchar su tragedia sentirá una presencia que paraliza a las aves y enmudece las aguas; y luego una voz profunda, antigua como las cumbres inmemoriales. El gigante sin tiempo se revela entonces en el camino, se acerca al viajero con los ojos llenos de noche. Sólo dirá una frase, que también es un nombre, acaso lo último que todavía le pertenece:

Am Fear Liath Mor...
(Yo soy el Gran Hombre Gris)

 Bluatsauger es un vampiro típico de la región alemana de Bavaria.

De aspecto pálido y siniestro, este vampiro se alimenta exclusivamente de sangre, tanto humana cómo animal. Según las leyendas medievales, los Bluatsauger son las almas corruptas de los muertos sin bautizar o aquellos que han caído en las garras de la magia negra.

No se conservan leyendas previas a la edad media, las cuales, sin duda, existieron. Sólo nos queda un canon minimalista de tradiciones cristianizadas. En todas ellas el Bluatsauger huye inexorablemente ante el nombre del Señor.

Si bien la tradición popular alrededor de los Bluatsauger ha sido cristianizada, esto no atenúa el horror que causaban estos vampiros en la región germánica de Bavaria. Sus intervenciones son precedidas por el brote de la peste, aunque esta anunciación es francamente dudosa, debido a que el primero en morir durante la plaga era acusado de ser un Bluatsauger; acusación de difícil refutación.

Uno de los medios para impedir que el Bluatsauger se levante de la tumba era colocar un racimo de uvas bajo el mentón del cadáver sospechoso; aunque a veces alcanzaba con ponerle una moneda o una piedra en la boca.

Todos estos métodos no impiden la transformación de un cadáver en un Bluatsauger, sino que impiden su capacidad de moverse y, por lo tanto, de salir de su tumba. Para matar a un vampiro siempre hay que enfrentarlo directamente, esto sucede en todas las mitologías. No es posible eliminarlo antes de su metamorfosis, precisamente porque antes de alzarse como vampiro estamos en presencia de un muerto sin valor anecdótico

Todos sabemos lo enojoso que resulta matar algo que carece de vida; y este detalle no pasó desapercibido para los pueblos que creen en vampiros. Allí radica el motivo por el que abundan métodos y medicinas tradicionales cuyo único fin es limitar a la tumba la existencia de los vampiros.

La fisionomía del Bluatsauger es notablemente curiosa: carece de esqueleto -según vociferan las historias medievales- lo cual se traduce en un andar errante, gelatinoso. Su cuerpo tambaleante está cubierto por un pelaje grueso y negro. Siempre sale de noche, llevando un puñado de tierra de su propia tumba en el puño cerrado. Esta precaución se debe a que, cuando el Bluatsauger decide convertir a un humano a su propia raza infernal, lo obliga a comer esa tierra. Sólo de ese modo alguien puede convertirse en el infame Bluatsauger.


Etimología de Bluatsauger:
La etimología de la palabra Bluatsauger no necesita mayores análisis. En alemán significa: chupasangre.

 Dearg Diliat es una raza de vampiros de Irlanda, cuyo origen se remonta a la inclasificable mitología precelta, y que presenta innumerables variaciones a través de las leyendas medievales. Su nombre es uno de los más citados y cambiantes del ciclo mitológico irlandés, con alternativas como: Dearg due, Deamhain fhola, Deamhan, Dearg Diulai, Dearg Dul, Derrick Dally, etc.

Clasificar a los Dearg Diliat como una especie de vampiros es un error, ya que no se trata de un término que define su naturaleza, sino los hábitos alimenticios de ciertas criaturas asociadas al vampirismo. En otras palabras, uno no se convierte en un Dearg Diliat, sino que se alcanza ese grado al incursionar en las variantes más abominables de la gastronomía antropófaga.

Los vampiros celtas poseen muchos matices. Algunos de ellos ni siquiera reparan en los humanos como fuente de alimentación. Dearg Diliat es un nombre genérico para todas las clases de vampiros que sí se alimentan de sangre humana, incluso de carne humana. Pueden pertenecer a diferentes razas, regiones, estirpes, etc; sólo los une este lazo apasionado por la sangre de los hombres mortales.

Las leyendas del medioevo utilizan el término Dearg Diliat como un grado para clasificar la peligrosidad de los espíritus nocturnos. También se aplica vagamente a los guerreros infames, temidos y adorados, del oscuro pasado pre-celta, de quienes se dice bebían la sangre de sus enemigos derrotados. Ya en pleno renacimiento, el término Dearg Diliat pasó a engrosar el listado de epítetos para los espectros de los viejos druidas celtas, cuyas almas rondan los bosques añorando aquel pasado rubicundo de sacrificios y ofrendas sanguíneas.

Uno de los Dearg Diliat más célebres del folklore celta es Abhartach, personaje sobre el que se tejen toda clase de historias y paternidades narrativas. Una de ella es haber sido la fuente de inspiración del escritor irlandés Bram Stoker para la concepción de su conde Drácula.

Cuando los primeros folkloristas del siglo XVIII comenzaron a indagar en sobre las tradiciones populares de Irlanda, los Dearg Diliat se habían fundido con historias de orden fantasmagórico. Hubo que recurrir a la lingüística comparada para rastrear sus apariciones. De este modo se pudo trazar una explicación tambaleante sobre el origen y la naturaleza de este título nobiliario de los vampiros.

Los Dearg Diliat sólo pueden morir bajo la espada de un héroe, es decir, de un hombre semidivino. El resto sólo podía aspirar a inmovilizarlo en su cubil, operación que consistía en colocar una pequeña pirámide de piedras sobre su guarida, recitando viejas melodías y encantamientos olvidados.

La madriguera de los Dearg Diliat posee un fondo doble, justo debajo de la fosa donde normalmente se deposita el ataúd, cajón, sudario, o lo que permita el bolsillo de los deudos. En esa tierra pérfida, maldita, los Dearg Diliat acumulan las tibias de sus víctimas a modo de refrigerio para las noches sagradas del calendario celta, cuya progresión observan rigurosamente.


Etimología de Dearg Diliat:
Dearg Diliat significa, literalmente, Sangre Roja. Quien escuchaba esta conjunción no pensaba en la nobleza humana, sino en todos los vampiros, trolls, hadas y demás criaturas que beben sangre humana.

Dhampiro (Dhampir, Dhampyr, etc) es una raza de vampiros de la confusa mitología gitana. Sus leyendas se expandieron por Rumania y los Balcanes, e incluso sobreviven en la indiferente Albania.

El Dhampiro es un vampiro híbrido. Es decir, la cruza entre una mujer humana y un vampiro de sangre pura. Ubicar sus historias en el mapa es sencillo. Más complejo es comprenderlas, ya que el Dhampiro, al menos en una de sus facetas legendarias, no es enemigo de los humanos, sino un cazador de vampiros.

Según esta variante, los Dhampiros cazan y se alimentan de vampiros, a quienes odian prolijamente. Tienen una vida relativamente corta, al menos para los estándares vampíricos, debido a que carecen de estructura ósea. En cambio, poseen una especie de gelatina licuefacta que, dentro del cuerpo, funciona como esqueleto. Según el monóglota y podólogo argento, el profesor Lugano, los Dhampiros están sostenidos por su propia fauna cadavérica, ya que los procesos naturales que conservan las células se detienen gremialmente al momento de morir.

Las aldeas rumanas respetaban sinceramente a los Dhampiros. Usualmente era nómades, vagabundos sin patria ni techo que recorrían las comarcas cazando vampiros y recolectando suculentas ofrendas de los campesinos. No heredan ninguna de las facultades sobrenaturales de los vampiros, salvo el hecho respetable de andar, comer y beber estando muertos. Envejecen a un ritmo frenético, casi cinco veces más rápido que los humanos.

Los Dhampiros siguen el rastro migratorio de los vampiros. Cuando ubican una aldea infectada de No-Muertos se dirigen a las autoridades ofreciendo sus servicios. Una vez acordados sus honorarios, el Dhampiro se dirigía a la plaza central de la aldea, emitiéndo un desafío a viva voz. Por alguna razón que los vampirólogos han decidido omitir, los vampiros siempre aceptaban el desafío, y se acercaban al sitio acordado bajo una forma traslúcida. Los Dhampiros, viejos conocedores del folklore rumano, sabían cómo detectar a un vampiro invisible utilizando una hoja de fresno bajo sus propios ojos o -vaya a saber uno por qué- colocando su camisa al revés.

Detectado el vampiro, la lucha es breve y sangrienta. Los Dhampiros no necesitan atravesar el corazón de sus enemigos. Los masacran a dentellada limpia y consumen hasta el último rescoldo de sus cuerpos.

La edad media reconoció a los Dhampiros como seres útiles para las comunidades rurales. Sus honorarios fueron debidamente consignados por las autoridades. Incluso existen casos documentados de Dhampiros que contrayeron matrimonio por iglesia. En Bulgaria se dio un entorno menos amigable. Se los acusaba de raptar mujeres vírgenes y de poseer habilidades amatorias infernales. Las damas ligeras de cascos, por otra parte, los utilizaban como excusa para dar cuenta de sus embarazos no deseados.

A mediados del siglo XII Rumania se vio envuelta en una verdadera plaga de Dhampiros. Estaban en todas partes. Las aldeas los recibían casi diariamente. Un cura escéptico de la ciudad de Giurgiu no dudó al sugerir que los Dhampiros no existen. En cambio, propuso la existencia canallas que se hacían pasar por Dhampiros y cretinos que se acostaban con la mujer del vecino.

Lo cierto es que los Dhampiros sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XX. El último documento oficial que los menciona data de 1959 y proviene de Kosova. Al parecer, un Dhampyr continuaba activo en aquella región, limpiando las aldeas de indeseables hematófagos a cambio de unos pocos leus. Fue él quien dio cuenta de la última leyenda de Dhampiros de la que se tiene conocimiento. Según aclaró a sus allegados, debía ser enterrado boca abajo en el sarcófago. De lo contrario, moriría en la tumba como Dhampiro, retornando luego como un vampiro convencional. Las autoridades locales siguieron al pie de la letra estas recomendaciones, e incluso añadieron otra: construirle un regio ataúd de hierro.



Etimología de Dhampiro:

La palabra Dhampiro deriva del rumano Dham, "diente"; y Pirë, "beber". Significa: El que bebe con los dientes. 

Draugr es un aterrador vampiro de la mitología nórdica. Se dice que habita en las tumbas de los vikingos infames, es decir, de aquellos que no murieron en combate. Recordemos que dentro del pensamiento nórdico la única muerte noble es bajo el filo de la espada. Los que mueren de enfermedad o vejez son despreciados en el Valhala.

El Draugr selecciona cuidadosamente su morada de ultratumba, teniendo predilección por las tumbas de ricos mercaderes; ya que este vampiro necrófago tiene una particular fascinación por el oro y las riquezas metalúrgicas.

El Draugr posee una fuerza sobrehumana, incluso puede aumentar o disminuir su tamaño y peso a voluntad. Así lo describe la Saga de Eyrbyggja: (el Draugr) es de cuerpo áspero y mirada terrible. Crece hasta alcanzar el tamaño de un buey. Sus apariciones son precedidas por una niebla espesa y nauseabunda que brota de los sepulcros.

Los Draugr son vampiros insaciables: se alimentan de sangre (cuando pueden conseguirla) o de la carne pútrida de los cadáveres. Incluso provocan la locura y el suicidio de de personas aparentemente razonables, con el único propósito de degustar un cuerpo mancillado. El comportamiento errático del ganado es atribuido a la influencia meléfica del Draugr, quien suele atormentar a la hacienda y a pequeños animales salvajes. También monta los mejores corceles de manera invisible, volviéndolos inútiles para la batalla. En la Saga de Eyrbyggja se asegura que el Draugr puede fulminar con la mirada a las aves en pleno vuelo.

Las metamorfosis del Draugr son incontables. Puede aparecer bajo la forma de un corcel gris sin orejas ni cola, bueyes, gatos, incluso focas. Posee, además, la habilidad inquietante de penetrar en los sueños de sus víctimas. Sus poderes sobrenaturales no terminan allí. El Draugr tiene potestad sobre los fenómenos climáticos. Trae oscuridad durante el día y tempestades bajo los cielos sin nubes.

Los Draugar sólo pueden ser aniquilados por un héroe, es decir; por un hombre cuyo valor y coraje estén fuera de toda duda, ya que las armas no les provocan daño alguno (Esto queda claro en la Saga de Gripssonar). Una vez vencido, el vampiro era prolijamente decapitado.

Para prevenir el alzamiento del Draugr existen varias operaciones profilácticas: atar los dedos de los pies del cadáver de quien se sospecha que podría ser un vampiro, dejar una tijera abierta sobre el pecho del difunto y esconder algunas ramas entre sus ropas.


Etimología de Draugr:
Hay quién afirma que la palabra draugr está emparentada con dragón. Basándonos en las similitudes entre estos dos seres, la teoría no parece descabellada: ambos viven en reductos oscuros, aman los tesoros y sólo pueden ser vencidos por héroes. Lo curioso es que la palabra dragón, en el latín vulgar hablado al este de los Cárpatos, "dragón" se pronunciaba Dracul.

El Gusano de Lambton: un dragón vampiro.


El Gusano de Lambton
(Lambton Worm)
es una leyenda de vampiros proveniente del noreste de Inglaterra, quizá la única que asocia a los dragones con el vampirismo.

En la zona de Durham se habla de una antiquísima entidad reptiloide que controla y utiliza a las mujeres como vampiros. La leyenda adquirió gran popularidad durante la Edad Media, aunque con modificaciones edificantes que disimulaban las intenciones originales del mito. Allí se menciona la maldición de un tal John Lamdton, un joven que desoyó los consejos de un anciano, eludió sus responsabilidades cristianas, y finalmente cayó bajo el influjo implacable del Gusano.

Si retrocedemos más allá de la Edad Media, vemos que la leyenda del Gusano Blanco tiene sus raíces en un oscuro pasado celta, donde los dragones están lejos de representar la idea actual de estas criaturas. En general, eran vistos como serpientes descomunales, gusanos llenos de astucia y sabiduría, tenaces en su tarea de proteger los secretos del saber.

El Gusano Blanco de Lambton es un ejemplo notable de estos dragones celtas, con un agregado de malicia inédito. Este Dragón opera del modo más sutil, aunque con consecuencias nefastas para quienes se cruzan en su camino.

Suele adoptar la forma de un pequeño gusano, o una lagartija, según la fuente, que merodea las orillas del río Wear, Inglaterra. Tan extraña es su forma, y tan intenso su color, que quien se topa con él difícilmente resistirá la tentación de levantarlo. Si el imprudente es una dama, el gusano la morderá, y si ésta lo suelta, a los pocos días comenzará a modificar su comportamiento, volviéndose taciturna, fotofóbica, pálida, y finalmente se convertirá en una vampiresa.

Lo extraño es que estas mujeres vampiro no poseen ninguna clase de autonomía. No son, en regla, vampiros tal y como los conocemos, sino entidades huecas, vacías, habitadas únicamente por la sed del Gusano, quien, por sabio y prudente, elige estos vehículos humanos para saciar sus apetitos que, de otro modo, lo llevarían a delatar su madriguera en el río.

Las pobres desdichadas que caen bajo el influjo del Gusano Blanco despliegan una sensualidad letal, se vuelven amantes consumadas que reclaman todo de su compañero, incluida su sangre.



Señalamos dos ejemplos de este Dragón Vampiro: su leyenda fue recogida por Bram Stoker en la novela de vampiros de 1911: La madriguera del Gusano Blanco (The lair of the White Worm), y llevada al absurdo en la película de vampiros de 1988: La guarida del gusano blanco (The lair of the White Worm).


 Abhartach, la fuente de Drácula.

Abhartach (a veces llamado: Avartagh) es una criatura de las leyendas irlandesas y una de las fuentes de inspiración de Bram Stoker para su celebérrimo Drácula (Dracula, 1897). Si bien Vlad Tepes proporcionó la silueta, el nombre, y el contexto histórico para el Drácula de Stoker, Abhartach fue el vampiro mítico detrás del vampiro histórico.


Abhartach: su historia:
Durante mucho tiempo, Abhartach fue asociado erróneamente a Abartach, un elfo cazador del mito de Fionn mac Cumhaill. El primer compendio moderno de leyendas en agrupar sus historias fue El origen y la historia de los toponímicos irlandeses (The Origin and History of Irish Names of Places, 1875), de Patrick Weston Joyce, quien resume el mito de Abhartach en los siguientes términos:

Hay un lugar en la parroquia de Errigal, Derry, llamado Slaghtaverty, que debería llamarse Laghtaverty, el laght o el monumento sepulcral del Abhartach. Este vampiro era un nigromante y un tirano terrible. Después de haber cometido grandes crueldades, fue vencido y asesinado por un jefe vecino; algunos dicen que por el propio Fionn Cumhail. (Abhartach) Fue enterrado de pie, pero al día siguiente reapareció, más cruel y vigoroso que nunca. Fue abatido por segunda vez y vuelto a enterrar, pero otra vez escapó de la tumba y extendió el terror por el país entero. El jefe entonces consultó con un sacerdote, y según sus direcciones, mató al nigromante por tercera vez, enterrándolo en el mismo lugar, pero con la cabeza hacia abajo. El laght levantado sobre el nigromante todavía sigue ahí...

Aquí surge la primera confusión entre Abhartach y el conde Drácula. En 1997, Peter Haining y Peter Tremayne publicaron un excelente ensayo sobre Drácula llamado: El No-Muerto: la leyenda de Bram Stoker y Drácula (The Undead: the legend of Bram Stoker and Dracula). Allí se cita equivocadamente un pasaje del Forus Feasa Air Éirinn (Historia de Irlanda), de Geoffrey Keating, donde se consigna la leyenda de Abhartach mezclada con la de un repulsivo enano celta.


Abhartach, el vampiro:
La leyenda del vampiro Abhartach se remonta al siglo V d.C. y sobrevive en una infinidad de canciones y cuentos populares. Haciendo un recuento somero de las tradiciones folklóricas de Abhartach podemos decir que se trata de una criatura sobrenatural que retorna de la tumba para beber la sangre de sus enemigos. El "jefe" que cita Joyce, confundiéndolo con Fion mac Cumhail, es en realidad Cathrain, una especie de Johnatan Harker, y el "sacerdote", nada menos que un druida, el Van Helsing de esta extraordinaria leyenda.

Hasta aquí la conexión entre la leyenda de Abhartach y Drácula es insostenible en términos argumentales. Pero vayamos más a fondo:

El druida del mito original asegura que Abhartach es un Neamh-mairbh -una especie de vampiro zombi cuyo nombre significa No-Muerto- y un Dearg Diliat -"Bebedor de sangre"-. Sólo se lo puede matar clavándole una estaca de madera de tejo en el corazón, y luego enterrarlo boca abajo o bien reducirlo a cenizas. En ambos casos se debe rodear la tumba con un círculo de espinas y sellarla con un dolmen, el Laght que menciona Joyce.

Cathrain (o Catháin) es un antiguo nombre irlandés que sobrevive en el apellido O'Keane, y que siempre se asoció con los cazadores de esperpentos. Uno de los nombres de Abhartach en gaélico irlandés es Fear na droch fhola, que significa Hombre de mala sangre. Si resumimos aún más este epíteto nefasto nos quedaría: Droch Fhola -Sangre impura-, que en realidad se pronuncia: Droc'ula.

Vale aclarar que Bram Stoker era irlandés, y que la leyenda de Abhartach no le era desconocida. Pensando en voz alta me animo a decir que Drácula no se construye únicamente sobre aquel despiadado noble rumano, así como es absurdo atribuirle un origen exclusivamente irlandés. La leyenda irlandesa de Abhratach jugó su parte, como sin dudas lo hicieron muchas otras fuentes que, hasta el momento, nadie ha sabido interpretar.





El vampiro de la catedral de Amiens.

El vampiro de la catedral de Amiens, Francia, es una de las leyendas de vampiros más confusas del folklore bretón.

Durante el siglo XIV se la creyó habitada por espectros, más precisamente por un Ghoul, al cual ubicaban en una de las campanas, tal como lo haría Edgar Allan Poe en su poema Las campanas (The bells, 1848).

Al parecer, un buen hombre llamado Gerard Doufrie fue atacado por un vampiro laico en una de las entradas occidentales de la catedral. Doufrie se arrastró agónicamente hacia el interior de la nave, donde feneció en medio de la honda consternación del párroco, quien razonó que una muerte semejante no sólo es enojosa, sino subversiva.

Pasaron los años y los piadosos ciudadanos de Amiens comenzaron a observar extrañas luces multicolores en las ventanas de la catedral. En 1390 se realizó una búsqueda minuciosa encabezada por el Obispo de Paris, pero no arrojó novedades sobre el asunto, quizá porque la pesquisa se efectuó en Dotre Dame, en un intento sospechoso de abaratar gastos.

En 1395, Marie Lac D'Urine señaló que, volviendo al hogar luego de una deshidratante jornada laboral, vio a un vampiro trepando como un insecto por los muros de la catedral. Atónita, Marie instigó al cura a echar mano sobre el misterio, pero el eclesiástico desechó la sugerencia argumentando que no tenía ninguna autoridad sobre los muros exteriores.

A mediados de 1399 las apariciones del vampiro de la catedral de Amiens se hicieron intolerables. La gente estaba hastiada de las interrupciones del servicio católico, y las inexcusables demoras en confesiones y homilías.

Ya en 1911, Ambrose Bierce investigó el tema y llegó a una conclusión demoledora, la cual reproducimos a continuación:

A comienzos del siglo XIV un vampiro fue acorralado en la cripta de la catedral de Amiens y la población entera rodeó el lugar. Veinte hombres armados con un sacerdote a la cabeza, llevando un crucifijo, entraron y capturaron al vampiro que, pensando escapar mediante una estratagema, había asumido el aspecto de un conocido ciudadano, lo que no impidió que lo ahorcaran y descuartizaran en medio de abominables orgías populares.

El ciudadano cuya forma había asumido el vampiro quedó tan afectado por el siniestro episodio, que no volvió a aparecer en Amiens, y su destino sigue siendo un misterio...



El vampiro del castillo Alnwick.

El castillo de Alnwick es uno de los mejores conservados de Inglaterra. Construído en Northumbria a comienzos de 1096 por el barón Yves de Vescy, pronto se convirtió en sede del ducado de la región. Fue ocupado, arrasado, reconstruído, invadido, abandonado y nuevamente restaurado. En nuestros días, es el segundo castillo habitado más grande en Inglaterra.

Su historia truculenta no está libre de lo sobrenatural, ya que en el castillo de Alnwick habita uno de los vampiros más célebres de Inglaterra.

Conocido como el Vampiro de Alnwick, o Lord Alnwick, este hematófago proviene del remoto pasado medieval. Su nombre real, hay que decirlo, no se ha conservado; aunque hay varios candidatos para ocupar esta entidad escabrosa.

Se dice que en el siglo XII, un noble paranoide y celoso habitaba en el ala sur del castillo. Convencido de que su esposa lo engañaba, una noche decidió salir por la ventana y caminar -o gatear- por las peligrosas salideras de la torre, con la intención de capturar a su esposa en pleno arrebato ilícito.

Recordemos que en la edad media, incluso después, era raro que un noble duerma con su mujer. Por lo general ocupaban habitaciones separadas.

Lo cierto es que nuestro noble resbaló y cayó de la torre, con el inconveniente de no morir de inmediato. Pasó varias horas echado en el pasto con el cuerpo quebrado, sin poder gritar, aguardando que el amanecer le traiga una mano amiga.

La mano llegó, aunque tarde. Los mozos de las caballerizas lo encontraron ya inconsciente. Moriría minutos después.

Fue enterrado con toda la solemnidad de su cargo. La viuda confesó su adulterio, hecho que derivó en el azote y ahorcamiento de un sirviente moro, al cual se acusó de pactar con el demonio a cambio de poseer un miembro descomunal, tal como constató el obispo de Northumbria, quien quedó verdaderamte turbado por la generosidad de Satán.

Tres días después de las exequias, el noble retornó de la tumba para completar su tarea. La viuda, cuya confesión la salvó de la muerte, fue forzada a tomar los hábitos, cuestión que se haría efectiva en Oxford. La noche antes de partir fue visitada por su marido, quien le reprochó en los más vivos términos su conducta ilegítima, y luego pasó a desangrarla prolijamente.

La muerte de la viuda fue atribuída a un amante desconocido. Lo que pocos sabían, o ninguno, en realidad, es que este efebo no tenía nada de hipotético. Por el contrario, el muchacho, un italiano, según dicen, observó desde el patio central como el vampiro ascendía sin problemas por los resbaladizos muros de la torre.

Luego de varios días de desconcierto, en los que aparecieron animales muertos, leches cuajadas y ataques de pánico entre las ancianas cocineras, una extraña plaga comenzó a azotar las poblaciones cercanas. Todas las víctimas, además de los síntomas habituales, mostraban una curiosa marca en el cuello, prueba que alarmó a los médicos y provocó una verdadera ola de sangrías y tratamientos con sanguijuelas.

Confundidos, los médicos de Northumbria consultaron secretamente con un alquimista judío. Este les señaló que debían exhumar el cadáver del conde y someterlo al tratamiento de rigor. Cuando se abrió la tumba los expedicionarios se encontraron con un noble rozagante, de mejillas rubicundas y aire señorial. Fue estaqueado, descuartizado, y su cabeza fue empotrada en los muros de la infame habitación de su esposa. Años después, quizá por pudor o por exceso de hedor, la cabeza fue retirada y enterrada en el camposanto local.

No obstante estas operaciones legendarias, el vampiro de Alnwick sigue haciendo de las suyas. Se dice que su espectro suele mordisquear a las muchachas de busto generoso, y pellizcar a cualquiera que se atreva a pronunciar su nombre. Historiadores sarcásticos señalan que esta última leyenda es apócrifa, y que fue creada por jóvenes adúlteras, quienes le atribuyen a este desdichado vampiro las marcas de una pasión que poco tiene que ver con lo sobrenatural.

Larimon es uno de los íncubos más populares de la edad media.

Extrañamente, la belleza masculina de este vampiro sexual no resulta decisiva para sus proezas eróticas. Por el contrario, el atractivo de Larimon reside en su profundo conocimiento de las fantasías femeninas, y en una capacidad casi infalible para detectar los secretos eróticos de sus víctimas.

Tan inquietante es este poder de Larimon que, según anotan los cronistas, puede satisfacer no sólo las fantasías que las mujeres ocultan a sus maridos y amantes, sino las que ellas mismas desonocen.

Esta capacidad de Larimon para proporcionar el placer en sus aspectos más reprimidos, lo ha convertido justamente en el íncubo preferido de numerosas damas medievales.

 El Nachtzehrer es otro adorable vampiro de Alemania, habitante insaciable de las leyendas medievales de aquella región.

El Nachtzehrer está asociado a las plagas más devastadoras de la edad media. Su comportamiento es muy simple. A tal punto que podríamos decir que se trata de un autómata. Su única motivación es alimentarse; instinto que lo lleva a cometer verdaderas atrocidades.

Sólo pasan unas pocas horas dentro de la tumba hasta que el Nachtzehrer adquiere un control absoluto sobre sus facultades nocturnas. En su naturaleza se agita un apetito voraz. Nada lo distrae de su búsqueda incansable de alimento. Las leyendas aseguran que, incluso al momento de consumar su transformación en vampiro dentro del ataúd, el Nachtzehrer comienza a devorar prolijamente su mortaja.

Cómo vampiro el Nachtzehrer tiene una existencia efímera, ya que su voracidad lo lleva a cometer verdaderas carnicerías en el ganado, situación que los campesinos se resisten a tolerar. Pronto es emboscado, y puede ser aniquilado con armas normales.

El Nachtzehrer también puede ser detectado cuando todavía es humano, ya que este vampiro no se convierte mediante la mordida de otro No-Muerto, sino que, como un gérmen, habita en el espíritu desdichado de un puñado de condenados. Puede detectarse mediante ciertas marcas cruciformes que algunos niños muestran en sus cabezas.

La decadencia mitológica del Nachtzehrer comienza al final de la edad media. En este período se vuelve un personaje más cómico que aterrador, dotado de la ventaja dudosa de metamorfosearse en cerdo. Previamente, antes de que las viejas leyendas fuesen barridas, el Nachtzehrer ostentaba características ominosas, terroríficas. Es uno de los vampiros más mencionados en panfletos -literatura popular, en otras palabras-; pequeñas narraciones espeluznantes que iban acompañadas de dibujos feroces, donde se lo representa muy entretenido en su ataúd masticando sus propias extremidades.

Noctícula.
Diosa francesa de los vampiros.




Llamada poéticamente La Diana de Galia, Noctícula es el gran exponente de las vampiresas de Francia durante la Edad Media, heredera de Bensozia, una vampiresa cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos.

Su culto como Diosa de los Vampiros alcanza su apogeo en el siglo XII, aunque jamás fue una entidad popular en los aquelarres, debido, quizá, a su insaciable necesidad de sangre humana.

Noctícula fue, según anota Weyer en el De Praestigiis Daemonum, consorte de Asmodeo y Belcebú, a quienes obligaba a solicitar sacrificios a sus devotos, ya que ella se mostraba amable y piadosa con los suyos.

El ciclo de alimentación de Nocticula se corresponde con las fases lunares. De todas las criaturas vampíricas mencionadas en la edad media ella es, sin dudas, la poseedora de la dieta más abominable. Weyer señala que se organizaban sacrificios aberrantes frente a ella: una escultura de piedra tosca, deforme y contrahecha, con las fauces abiertas en un aullido de hambre perpetua. Allí se depositaban las extremidades descuartizadas de sus ofrendas, que luego eran prolijamente regurgitadas por la diosa para que su pueblo pueda degustar las mismas viandas infernales.

Pero cuando el horror y el paroxismo alcanzaban un nivel insoportable, Noctícula (siempre siguiendo a Weyer) restauraba mágicamente los cuerpos seccionados y semidigeridos, devolviéndolos a las madres que, aterradas, eran obligadas a observar todo el ceremonial.

El culto a Noctícula fue relativamente popular al sur de Francia, y estaba integrado únicamente por mujeres. Esta diosa de los vampiros no aceptaba hombres entre sus devotos, de hecho, bastaba que su nombre sea pronunciado por labios masculinos para que éste no viese la luz de un nuevo día. Lógicamente, los hombres tomaban toda clase de precauciones para nombrarla frente a las mujeres, esposas e hijas incluidas. Nunca se sabía, ni se sabe, quien pueda ser depositaria de este extraño culto vampírico.

Sobre las ceremonias de Noctícula poco se sabe. Sólo que se realizaban al amparo de la noche y los árboles. Las mujeres llegaban a caballo al punto de reunión, y antes de ingresar debían firmar El libro de las sombras, una suerte de contrato por el que las iniciadas ya no se consideraban humanas, sino vampiresas.

En el siglo XVIII ciertos eruditos franciscanos afirmaron haber encontrado un Libro de las Sombras perteneciente a las ceremonias de Nocticula, aunque poco y nada ha trascendido de su contenido, sólo que señala los nombres de varias iniciadas y sacerdotizas, junto con algunos ritos y rituales que la prudencia exige ominir.

 El significado de la palabra Nosferatu, tan mencionado en novelas y relatos de vampiros, es bastante complicado de rastrear, y virtualmente imposible de consignar como un misterio lingüístico terminado.

Las leyendas rumanas describen a los Nosferatu como una raza de vampiros particularmente desagradable. Sus características no se diferencian demasiado de un cadáver en descomposición. De hecho, y siguiendo el camino de las leyendas medievales, un Nosferatu es una entidad vampírica que comienza sus actividades necrófagas con sus propias extremidades, masticando y royendo sus brazos y piernas antes de aventurarse fuera de la tumba.

Bram Stoker utiliza la palabra Nosferatu a través de Abraham Van Helsing, quien afirma que el conde Drácula es parte de esta estirpe abominable. No obstante, el término no es de su autoría, ni tampoco un descubrimiento personal. Emily Gerard la utiliza por primera vez en occidente en su obra La tierra más allá del bosque (The land beyond the forest, una traducción literal de la palabra latina Transilvania), para describir a los vampiros del folklore rumano.

Curiosamente, no existen menciones de la palabra Nosferatu en la lengua rumana. Se hecho, su construcción es bastante improbable en esa lengua. Casi todos los ligüistas de comienzos del siglo XX coinciden en que la palabra Nosferatu es una contracción del término griego Nosophoros (νοσοφόρος), que significa Portador de enfermedad. En otras palabras: infectado.

Una vez desenmarañado este misterio etimológico -creyeron los sabios- sólo restaba una simple revisión de la literatura griega, salvo que no existe ningún texto que mencione la palabra Nosophoros. Dejando de lado a los entusiastas de la explicación helénica de la palabra, que han visto la variante Nosephores en un libelo de Marcelo de Side, escrito en el siglo II d.C, la mayoría archivó esta posibilidad.

Debido a la imposibilidad lingüística de explicar la palabra Nosferatu como una contracción de Nosophoros, las mentes más lúcidas de la filología comenzaron a cuestionar las capacidades auditivas de Gerard. Es sabido que los conocimientos de éste sobre la lengua rumana eran, como mucho, aproximativos, de modo que no sería improbable que se haya equivocado al consignar el término.

Algunos roedores de biblioteca vociferan que, en realidad, Nosferatu es un tropezón escandaloso de Gerard. La voz rumana correcta sería Necurat (Necuratul), que significa Impuro, o bien Nesuferit (Nesuferitul), Imparable. Ambos nombres están asociados, al menos en Rumania, con la Nigromancia, lo cual los acerca convenientemente a la teoría vampírica de sus orígenes.

Sea cual sea el origen de la palabra Nosferatu -no seremos nosotros quienes lo decidan- queda claro que, en ocasiones, la raiz de una palabra poco influye en las ramificaciones que crecen en el espíritu colectivo de los pueblos. Quienes creen en vampiros, lamias, empusas, o nosferatus, son aquellos que han bebido el mito como un terror palpable en sus tierras, y no necesitan de severos análisis filológicos para explicar ese temblor trasmitido en la lactancia, pues un símbolo mucho más duro y áspero que las letras se hace dueño del concepto: un horror ancestral, remoto, construído sobre tradiciones susurradas a la luz del fuego, y que poco tienen en común con nuestra liturgia fantástica, hecha de leves escalofríos en alguna biblioteca bien iluminada.

 La literatura y las tradiciones populares mencionan decenas de maneras de convertirse en vampiro. Casi todas ellas involucran la presencia de otro revenant, de un vampiro que transfiere su maldición a sus víctimas mediante la mordida o una ofrenda de sangre Hoy citaremos un ejemplo bastante curioso de vampirismo, sobre el cual existen muy pocos ejemplos, tanto en la narrativa como en el folklore: la posesión vampírica.

La idea de que los vampiros son entidades espirituales proviene de la edad media y se extendió hasta la histeria inquisitoria del renacimiento. Los ejemplos de este tipo abundan en el Malleus Maleficarum. Allí se nos explica que los vampiros son, en realidad, criaturas inmateriales que se "visten" con los cuerpos de ciertos cadáveres para acecharnos en el mundo sensible.

Siguiendo el razonamiento del Malleus, los vampiros son demonios, es decir, entidades espirituales que nunca han sido humanas. Para ingresar en el plano material y alimentarse necesitan de un cadáver, al que animan como si fuese de un muñeco.

Veamos como funciona este mecanismo de posesión.

El Malleus Maleficarum detalla que los vampiros seleccionan cuidadosamente el cuerpo que habrán de habitar. Según algunas leyendas, larvas irresolutas y amorfas rondan los cementerios en busca del hogar propicio; otras mencionan que los vampiros preparan su próxima morada siguiendo prolijas operaciones decorativas.

Los vampiros, en general, eligen cuerpos de personas psicológicamente débiles, a quienes atormentan durante las noches instalando ideas obsesivas. Estas personas poco a poco se vuelven taciturnas, aisladas, viven en perpetua reclusión, huyendo de la luz y los sonidos estridentes. Sus pensamientos giran constantemente en torno al suicidio. Imaginan trágicos desenlaces y soberbios sarcófagos, descuidan su higiene personal hasta extremos escandalosos, comienzan a sentir la necesidad visceral de probar su propia sangre. Lentamente se reducen a una masa sin voluntad. Sus instintos y necesidades se vuelven básicas. Los mecanismos del razonamiento se anestesian, y emergen otros: una lógica desquiciada, nocturna, donde lo fantástico se convierte en regla y credo, y los fantasmas se vuelven tan concretos como inevitables.

Este es el marco mental que instalan los vampiros para empujar a sus víctimas al suicidio. Lo curioso de esta elección extrema es que nunca es vista con antipatía por sus oficiantes, sino como una liberación. Las ideas obsesivas deforman a tal punto la realidad que la muerte es vista con delectación.

Una vez consumado el suicidio, el vampiro no necesita mucho más. La puerta se ha abierto y el cadáver del suicida se convierte en templo y hogar de su voluntad inmaterial. El Malleus describe minuciosamente el trabajo que los vampiros deben realizar para reanimar los músculos corruptos, las articulaciones rígidas y la gelatinosa sustancia a la que se ve reducido el cerebro luego de varios días bajo tierra, lo cual explica el comportamiento errante, protohumano, que muestran los vampiros en las leyendas medievales. El Pseudomonarchia daemonum asegura que a los vampiros le toma tres días y tres noches reanimar un cadáver, y varias horas para emerger del sepulcro.


Algunas referencias literarias:
Esta leyenda sobre la posesión vampírica tiene algunos antecedentes narrativos. Veamos algunos.

John Stagg (1770-1823) explica que los vampiros son: ...una clase de demonios, que se suponen son numerosos, que se apropiaban de cualquier resto humano volviéndose parcialmente corporales y perfectamente visibles. Y luego agrega: cuando (los vampiros) no obtenían fácilmente restos humanos, estaban forzados a buscar en mataderos, montones de carroña, etc., para "vestirse" con lo que encontraban en su camino.

Pueden leer la leyenda consignada por John Stagg aquí.


Mucho más cerca en el tiempo, E.F. Benson (1867-1940) escribió el mejor relato de posesión vampírica que yo conozca: La Señora Amworth (Mrs. Amworth); donde se narra la historia de una mujer muerta poseída por el espíritu de un vampiro, el cual la lleva a cometer toda clase de tropelías.


Neamh-mairbh: vampiro de Irlanda.

Neamh-mairbh (a veces: Neamh-mhairbh) es un raza de vampiros de Irlanda, cuya supervivencia en las leyendas de aquel país se ha reducido enormemente.

Los Neamh-mairbh son vampiros asociados a la nigromancia. Según anotan los estudiosos, nadie puede convertirse en un Neamh-mairbh si antes no logra dominar las artes negras. Los druidas eran sus enemigos implacables, aunque muchos Neamh-mairbh eran, en realidad, druidas caídos, es decir, magos y sacerdotes que habían caído bajo el poder seductor de la nigromancia.

Hay pocos vínculos entre los Neamh-mairbh y los vampiros del romanticismo, y menos aún con los acartonados vampiros victorianos. Las descripciones mitológicas de los Neamh-mairbh nos hablan de entes abominables, sanguinarios, que inician su vida de ultratumba masacrando sus pueblos natales, arrasando con sus familias y conocidos, y luego expandiéndose a otras regiones.

La fisionomía de los Neamh-mairbh varía de mito en mito, pero todos coindicen en describir una entidad descomunal, de más de dos metros de altura; de rostro deformado por las inclemencias de la tumba, con la piel cubierta de pústulas nauseabundas. A veces se menciona la carencia de algún miembro, explicando luego que los Neamh-mairbh suelen entretenerse masticando sus extremidades en las horas de ocio subterráneas.

Las crónicas medievales advierten que los hombres comunes no pueden matarlos. Sólo los héroes, es decir, hombres semidivinos o nobles -integrantes de castas que siempre incluían alguna divinidad menor- pueden ajusticiarlos, pero siempre bajo la tutela de los druidas, quienes conocían los momentos propicios para encerrarlos en sus tumbas.

Dejando de lado la cuestión de los héroes, matar a un Neamh-mairbh era un asunto de rutina. Una vez descubierto su escondite no había demasiadas resistencias de parte del vampiro. La operación consistía en atravesarle el corazón con una estaca de madera de fresno, luego enterrarlo boca a abajo, rodear el sepulcro con espinas y, finalmente, sellar la tumba con un dolmen.

Recientemente hablabamos sobre las conexiones entre la leyenda de Abhartach, un terrorífico Neamh-mairbh, y el Drácula de Bram Stoker; nexo interesante que hecha luz sobre algunas características del conde más célebre de Rumania.


Etimología de Neamh-mairbh:
La etimología de Neamh-mairbh es muy interesante, debido a que lo ubica como uno de los vampiros indoeuropeos más antiguos de los que se tenga conocimiento. La palabra Neamh desciende del irlandés medio Nem, y éste del irlandés antiguo Neb. Significa: "No", y su función consiste en resaltar una cualidad ausente. Por otro lado, Mairbh proviene del proto-céltico Marwo y del irlandés antiguo Marb. En lo concreto significa: "Muerto", y es aplicable tanto a la muerte física (cadáver) como a la muerte espiritual.

Por lo tanto, Neamh-mairbh significa No Muerto; una de las definiciones del vampiro por excelencia.


Sectas de vampiros.

La leyenda urbana es tan clara como imposible: los vampiros están divididos en clanes y éstos, a su vez en sectas. Pero si pensamos seriamente en encontrar una secta de vampiros debemos retroceder en el tiempo y buscar en el pasado algo que justifique la existencia de un grupo con estas características.

Desechemos rápidamente la idea de una secta de vampiros como una suerte de reunión de hematófagos. Pensemos, en cambio, en una secta que brinde un contexto para que el hombre se comporte como un vampiro. En otras palabras, para que practique el vampirismo.

Nuestra primera parada es en Grecia, Esparta, para más precisos, durante las fiestas Carneas. Este festival en honor a Apolo proviene de una antigua y oscura tertulia dedicada a Carneo, un dios predórico que custodiaba el ganado. Durante sus festejos, los adeptos practicaban el vampirismo ritual más escandaloso, hecho que pasaba desapercibido gracias a la borrachera generalizada de los espartanos.

Un espartano más sobrio, Megilo, sugiere que durante las Gimnopedias, festival en el que se realizaban bailes desnudos, una secta secreta de lacedemonios practicaba el vampirismo como epílogo de abominables orgías iniciáticas.

Ya en la edad media, la iglesia acusó a Hugo de Payns de organizar una secta secreta dentro de los caballeros templarios, núcleo que involucraba la práctica del vampirismo y cierto canibalismo ritual.

Pero lo cierto es que más allá de algunas denuncias culposas no existen pruebas de una secta de vampiros hecha y derecha, sólo insinuaciones de origen político, excesivamente tendenciosas como para tomarlas en cuenta. El único que menciona con seriedad la cuestión de una Secta secreta de vampiros es Walter Map, de quien ya hemos hablado.

Ahora bien, si las Sectas de vampiros están pensadas para brindar un entorno idóneo para la práctica del vampirismo, entonces los ejemplos abundan; especialmente alrededor de algunos personajes célebres del mundo vampírico.

Tanto Elizabeth Bathory, Darya Nikolayevna Saltykova, Madame LaLaurie, incluso La Quintrala y Vlad Tepes, organizaron pequeñas reuniones subterráneas con la intención de sublimar sus impulsos hematófagos, forjando sectas menores de iniciados (como el culto a la diosa vampírica Noctícula) cuya única utilidad era dar entidad a las actividades vampíricas de unos pocos.

De más está señalar la sugerencia de Bram Stoker en la novela clásica de vampiros, Drácula (Dracula, 1897), donde insinúa que el viejo conde ha orquestado una secta secreta de gitanos y otros adeptos para legitimar sus operaciones nocturnas. Algo similar ocurre con la historia de Gilles de Rais, aquel francés que luchó codo a codo con Juana de Arco, y cuya búsqueda frenética de la piedra filosofal lo llevó a fundar una aberrante secta que utilizaba la sangre de inocentes para sus nefastos ritos.

Como vemos, las Sectas de vampiros suelen ser pequeños grupos de alcahuetes que rinden culto al vampirismo practicado por unos pocos, ya sea en el vasto universo narrativo o en ese otro espacio de horror financiero que, por prudencia, preferimos eludir.

 Sociedades secretas de vampiros.

La única sociedad secreta, argulle un racionalista, es aquella de la que nunca tenemos noticias.

Desde que una sociedad secreta es mencionada deja de ser secreta, ¿y qué mejores integrantes que los vampiros para engrosar una sociedad de la que nadie tiene conocimiento?

Eruditos paranoides argumentan que la mejor manera sostener una sociedad secreta es hacer creer que sus integrantes son ficticios, literarios, tan reales como los elfos, las hadas o Jehová. Otros, acaso menos influidos por los desvaríos de Freud, elucubran que una sociedad secreta es impensable salvo que sus integrantes desconozcan su pertenencia a la sociedad.

A lo largo de la historia vemos muchísimos ejemplos de sociedades secretas, cuyo secretismo se remite únicamente al nombre. Los vampiros, entes de probada discreción, también poseen su sociedad secreta, quizá la más aterradora que haya conocido el medioevo.

Walter Map describió en detalle el asalto de un clan de hematófagos sajones en Inglaterra, atribuyéndoles al principio un origen vikingo y, por lo tanto, bárbaro. Tiempo después, historiadores menores hablaron de un oscuro pacto entre los señores del feudo de Herefordshire y los vampiros del norte, quienes habrían acordado pagar dos docenas de hombres y mujeres cada seis meses con el motivo de aplacar la sed desmesurada de los invasores.

Las condiciones del acuerdo fueron las siguientes:
  • Los vampiros se limitarían a alimentarse únicamente con las vituallas provistas por el feudo, léase: veinticuatro personas cada seis meses.
  • Los vampiros se comprometerían a no exceder su prole en más de cinco nuevos hematófagos cada seis años.
  • El feudo de Herefordshire no intentaría, bajo ningún pretexto, ingresar en los cubiles y casas seguras de los vampiros, ubicadas, según se dice, en Ledbury y Bromyard.
  • El acuerdo estaría sujeto a renegociaciones cada diez años.
Walter Map, hay que decirlo, nunca supo nada de este supuesto acuerdo, firmado bajo el tañido de las campanas de Malvern Hills por hombres que han mantenido sus nombres fuera de la historia.

Guillermo de Newburgh, también conocido como William Parvus, declaró que, al margen de estos concilios, algunos ciudadanos ilustrados pensaron un modo de limitar las actividades de esta abominable sociedad secreta de vampiros.

Durante muchos años se creyó que la región de Hereforshire era naturalmente prolífica en manzanos, convirtiéndola en una fuente inagotable de sidras y otros derivados efervescentes. William Parvus, en cambio, atribuye un origen menos inocente a esta abundancia frutal.

Siguiendo datos provistos por varios ciudadanos notables, Parvus dió con un monje griego al que llama Obdulio, quien le explicó que los manzanos funcionan como cerrojos para las actividades vampíricas, tal como las rosas o los ríos, impidiendo el avance o retroceso de los vampiros en la región.

De este modo, la sociedad secreta de los vampiros de Hereforshire quedó recluida en los límites marcados por los manzanos más antiguos, condena que finalizará, dicen, cuando caiga el último manzano bautizado, procedimiento habitual en esta clase de ritos de contención.

Mucho más cerca en el tiempo, Russeau analizó la posibilidad de que aquellos vampiros llegados a Inglaterra montaron una historia falsa sobre su encarcelamiento, y que vivieron felices y abundancia vampirizando a los campesinos y hombres de buena fe bajo el pretexto de que el diezmo es, de hecho, ley divina.










Vampiros vs ángeles de la guarda.

Combate extravagante pero posible, al menos dentro del marco de las leyendas medievales de vampiros.

Fueron varios los países europeos que consideraron a los ángeles de la guarda, esto es, espíritus angélicos tutelares, como enemigos acérrimos de los vampiros. De hecho, en la región de Moldavia y Bucovina se pensaba que todas las víctimas de ataques vampíricos carecían de ángeles de la guarda, ya sea en castigo por algún desorden de tipo espiritual o bien porque sus nacimientos se habían dado en condiciones indignas para que el Señor los honrase con la presencia de sus ángeles.

Lo cierto es que los ángeles de la guarda y los vampiros combatieron en numerosas ocasiones, con resultados casi siempre dudosos.


Existe una leyenda húngara que afirma que los ángeles de la guarda no están obligados a custodiarnos eternamente. De hecho, el mito afirma que los ángeles pueden abandonarnos en el mismo instante en que se sientan defraudados por nuestras actitudes, momento en el que otras criaturas de corte siniestro entran al juego.

Quien mejor utiliza esta tradición es el escritor inglés E.F. Benson en su relato Negotium Perambulans (Negotium Perambulans, 1923), en donde señala:


...recuerdo perfectamente su exposición de la doctrina del ángel de la guarda. Según afirmaba, un niño podía sentirse seguro amparado por aquella custodia angélica, pero que se guardara de cometer alguna de las numerosas ofensas que podían obligar a su ángel custodio a apartar de él su rostro, pues de la misma manera que había ángeles que nos protegían, también había presencias malignas y ominosas dispuestas a atacarnos.


En aquella sombría región del Danubio los vampiros no atacaban a cualquiera, sino que elegían sus víctimas siguiendo un cuidadoso esquema de venganzas y tropelías anticipadas. Sus objetivos, casi siempre, estaban custodiados por un ángel de la guarda, contra el que debían luchar antes de aliviar la sed que, según afirman los revinientes, a menudo se vuelve insoportable en la oscura prisión de la tumba.





Contado por: El coro de niños muertos.

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