lunes, 27 de febrero de 2012

Cartas Rosacruces 1


Las Cartas rosacruces jugaron en su momento el papel de "manual de iniciación" de los llamados por la Orden Rosacruz de Europa para integrarse en sus filas. Prueba de ellos es que fueron redactadas en los primeros idiomas de la Orden: alemán e inglés. Las Cartas rosacruces eran la guía espiritual básica de todo recién iniciado en el primer grado de los misterios de la Orden; en ellas se condensaban las nociones fundamentales que debía comprender, y llevar a la práctica, todo neófito, si quería ascender con éxito los peldaños de la progresión mística. En definitiva, puede decirse que el texto instruía en lo arcano a quienes habían sido escogidos por la pureza de su corazón y su potencia espiritual. Por esta razón, quizá, el primer y más importante consejo que se da al lector es que para ser científico es preciso ser previamente virtuoso, es decir, que para recibir la luz divina en el corazón y comprender los secretos divinos es condición sine qua non haber penetrado en los dominios del Señor Todopoderoso. Sin comprender esto con el corazón, no se puede iniciar la larga y tortuosa andadura de la transmutación del individuo.

 
Sabiduría Divina Carta I
No intentes estudiar la más elevada de todas las ciencias si no has decidido de antemano entrar en el sendero de la virtud, porque aquellos que no son capaces de sentir la verdad no comprenderán mis palabras. Unicamente aquellos que entren en el reino de Dios comprenderán los misterios divinos, y cada uno de ellos aprenderá la verdad y la sabiduría sólo en la medida de su capacidad para recibir en el corazón la luz divina de la verdad. Para aquellos cuya vida consiste Unicamente en la mera luz de su inteligencia, los misterios divinos de la naturaleza no serán comprensibles, porque las palabras que pronuncia la luz no son oídas por sus almas; únicamente aquel que abandona su propio yo puede conocer la verdad, porque la verdad sólo es posible conocerla en la región del bien absoluto.
Todo cuanto existe es producto de la actividad del espíritu. La más elevada de todas las ciencias es aquella por cuyo medio aprende el hombre a conocer el lazo de unión entre la inteligencia espiritual y las formas corpóreas. Entre el espíritu y la materia no existen las líneas de separación marcadas, pues entre ambos extremos se presentan todas las gradaciones posibles.
Dios es Fuego, emitiendo la Luz más pura. Esta Luz es Vida, y las gradaciones existentes entre la Luz y las Tinieblas se hallan fuera de la concepción humana Cuanto más nos aproximamos al centro de la Luz, tanta mayor es la fuerza que recibimos, y tanto mayor poder y actividad resultan. El destino del hombre es elevarse hasta aquel centro espiritual de Luz. El hombre primordial era un hijo de aquella Luz. Permanecía en un estado de perfección espiritual muchísimo más elevado que en el presente, en que ha descendido a un estado más material asumiendo una forma corpórea y grosera. Para ascender de nuevo a su altitud primera, tiene que volver atrás en el sendero por el cual descendió.
Cada uno de los objetos animados de este mundo obtiene su vida y su actividad gracias al poder del espíritu; los elementos groseros hállanse regidos por los más sutiles, y estos a su vez por otros que lo son todavía más, hasta llegar al poder puramente espiritual y divino, y de este modo, Dios influye en todo y lo gobierna todo. En el hombre existe un germen de poder divino, germen que desarrollándose, puede llegar a convertirse en un árbol del cual cuelguen frutos maravillosos. Pero este germen puede únicamente desenvolverse gracias a la influencia del calor que radia en torno del centro flamígero del gran sol espiritual, y en la medida en que nos aproximamos a la luz, es este calor sentido.
Desde el centro o causa suprema y original, radian continuamente poderes activos, difundiéndose a través de las formas que su actividad eterna ha producido, y desde estas formas radian otra vez hacia la causa primera, dando lugar con esto a una cadena ininterrumpida en donde todo es actividad, luz y vida. Habiendo el hombre abandonado la radiante esfera de luz, se ha hecho incapaz de contemplar el pensamiento, la voluntad y la actividad del Infinito en su unidad, y en la actualidad tan sólo percibe la imagen de Dios en una multiplicidad de imágenes varias. Así es que él contempla a Dios bajo un número de aspectos casi infinito, pero el mismo Dios permanece uno. Todas estas imágenes deben recordarle la exaltada situación que un tiempo ocupó y a la reconquista de la misma deben tender todos sus esfuerzos. A menos que se esfuerce en elevarse a mayor altura espiritual, ira sumiéndose cada vez más profundamente en la sensualidad, y le será entonces mucho más difícil el volver a su estado primero.
Durante nuestra vida terrestre actual nos encontramos rodeados de peligros, y para defendernos nuestro poder es bien poco. Nuestros cuerpos materiales nos mantienen encadenados al reino de lo sensual y un millar de tentaciones se lanzan sobre nosotros todos los días. De hecho, sin la reacción del espíritu, la acción del principio animal en el hombre rápidamente lo arrastraría al cieno de la sensualidad, en donde su humanidad desaparecería en último resultado. Sin embargo, este contacto con lo sensual es necesario para el hombre, pues le proporciona la fuerza sin la cual no sería capaz de elevarse. El poder de la voluntad es el que permite al hombre elevarse, y aquel en quien la voluntad ha llegado a un tal estado de pureza que es una y la misma con la voluntad de Dios, puede, incluso durante su vida en la tierra, llegar a ser tan espiritual que contemple y comprenda en su unidad al reino de la inteligencia. Un hombre tal puede llevar a cabo cualquier cosa; porque unido con el Dios universal, todos los poderes de la naturaleza son sus propios poderes, y en él se manifestarán la armonía y la unidad del todo. Viviendo en lo eterno, no se halla sujeto a las condiciones de espacio y de tiempo, porque participa del poder de Dios sobre todos los elementos y poderes que en los mundos visible e invisible existen, y comparte y goza de la gloria (conciencia) de lo que es eterno. Diríjanse todos tus esfuerzos a alimentar la tierna planta de virtud que en tu seno crece. Para facilitar su desarrollo purifica tu Voluntad y no permitas que las ilusiones de la sensualidad y del tiempo te tienten y te engañen; y cada uno de los pasos que des en el sendero que a la vida eterna conduce, te encontrarás con un aire más puro, con una vida nueva, con una luz más clara, y a medida que asciendas hacia lo alto aumentará la expansión de tu horizonte mental.
La inteligencia sola no conduce a la sabiduría. El espíritu lo conoce todo, y sin embargo ningún hombre le conoce. La inteligencia sin Dios enloquece, empieza a adorarse a sí misma y rechaza la influencia del Espíritu Santo. ¡Ah, cuán poco satisfactoria y engañosa es una tal inteligencia sin espiritualidad! ¡Cuán pronto perecerá! El espíritu es la causa de todo, ¡y cuán pronto cesará de brillar la luz de la más brillante de las inteligencias una vez abandonada por los rayos de vida del sol del espíritu!
Para comprender los secretos de la sabiduría no basta el especular y el inventar teorías acerca de los mismos. Lo que principalmente se necesita es sabiduría. Solamente aquel que se conduce sabiamente es en realidad sabio, aunque no haya recibido jamás la menor instrucción intelectual. Para poder ver necesitamos tener ojos, y no podemos prescindir de los oídos si queremos oír. Para poder percibir las cosas del espíritu necesitamos el poder de la percepción espiritual. Es el espíritu y no la inteligencia quien da la vida a todas las cosas, desde el ángel planetario hasta el molusco del fondo del océano. Esta influencia espiritual siempre desciende de arriba abajo, y nunca asciende de abajo arriba, en otras palabras: siempre radia desde el centro a la periferia, pero jamás de la periferia al centro. Esto explica por qué siendo tan sólo la inteligencia del hombre el producto o efecto de la luz del espíritu que brilla en la materia no puede nunca elevarse por encima de su propia esfera de la luz, que procede del espíritu. La inteligencia del hombre será capaz de comprender las verdades espirituales. Unicamente con la condición de que su conciencia entre en el reino de la luz espiritual. Esta es una verdad que la gran mayoría de las personas científicas e ilustradas no querrán comprender. No pueden elevarse a un estado superior al de las esferas intelectuales creadas por ellas mismas, y consideran todo lo que se halla fuera de ellas como vaguedades y sueños ilusorios. Por lo tanto, su comprensión es oscura, en su corazón residen las pasiones, y no se les permite a ellos el contemplar la luz de la verdad. Aquel cuyo juicio es determinado por lo que percibe con sus sentidos extremos no puede realizar las verdades espirituales. Un hombre dominado por los sentidos se mantiene adherido a su yo individual, el cual es una ilusión, y naturalmente, odia la verdad, porque el conocimiento de la misma destruye su personalidad. El instinto natural del yo inferior del hombre le impulsa a considerarse a sí mismo como un ser aislado, distinto del Dios universal. El conocimiento de la verdad destruye aquella ilusión, y por lo tanto, el hombre sensual odia la verdad. El hombre espiritual es un hijo de la Luz. La regeneración del hombre y su restauración a su primer estado de perfección, en el cual sobrepasa a todos los demás seres del universo, depende de la destrucción y remoción de todo cuanto oscurece o vela su verdadera naturaleza interna. El hombre es, por decirlo así un fuego concentrado en el interior de una cascara material y grosera. Es su destino el disolver en este fuego las porciones materiales y groseras (del alma) y unirse de nuevo con el flamígero centro, del cual es a manera de centella durante su vida terrestre. Si la conciencia y la actividad del hombre hállanse continuamente concentradas en las cosas externas, la luz que radia de la centella divina desde el interior del corazón va debilitándose poco a poco, y desaparece finalmente. Pero si el fuego interno se cultiva y alimenta, destruye los elementos groseros, atrae otros principios más etéreos, hace al hombre más y más espiritual y le concede poderes divinos. No sólo cambia el estado del alma (la actividad interna), cambia también el estado receptivo más perfecto para las influencias puras y divinas, y ennoblece por completo la constitución del hombre hasta que se convierte en el verdadero Señor de la creación. La Sabiduría Divina o «Teosofía» no consiste en conocer intelectualmente muchas cosas, en ser sabio en pensamientos, palabras y acciones. No puede existir ninguna Teosofía especial ni cristiana. La Sabiduría en absoluto (Sabiduría Divina) no posee calificaciones. Es el reconocimiento practico de la verdad absoluta, y esta verdad es sólo UNA.
                                                                                                                              

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